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UNA PREGUNTA CON UNA EXPLICACIÓN NO TAN SENCILLA
Igual que nosotros guardamos ácidos letales en el tracto digestivo, algunos animales aíslan su propio veneno para que no les afecte. Otros, sin embargo, lo supuran por la piel. ¿Cómo logran no envenenarse entonces?
Que las víboras y las cobran no perezcan a manos de su propia ponzoña tiene una explicación relativamente sencilla: su coctel homicida se fabrica y se guarda en unas glándulas que nunca llegan a tocar el resto de órganos del animal.
Igual que en el estómago humano se fabrican ácidos y enzimas que podrían digerir nuestra propia carne si no fuera porque están aislados por la pared gástrica, los brebajes letales de las serpientes no representan un peligro para estos animales porque están aislados.
Eso funciona de forma clara cuando se da ese aislamiento, pero... ¿qué mecanismo protege a las criaturas que segregan veneno por los poros de la piel?
Es el caso de la rana flecha fantasma (Epipedobates anthonyi): ataviada con coloridas rayas rojas y blancas, es un arsenal andante de epibatidina, una neurotoxina tan potente que si un animal entra en contacto con ella le subiría la tensión de golpe, sufriría convulsiones, tendría dificultades para respirar y podría caer desplomado sin vida en poco tiempo. Y sin embargo, la ranita asesina ni se inmuta. Su propio veneno no le hace ni cosquillas. ¿Cómo es posible?
Científicos de la Universidad de Texas han resuelto también esta pieza del rompecabezas. Al parecer, debe su inmunidad a una pequeñísima mutación genética en sólo tres de los 2.500 aminoácidos de un receptor de su cabeza. Un cambio ínfimo en las letras de su genoma que no bloquea ninguna de sus funciones cerebrales pero que la protege del letal cóctel. Lo más interesante es que este cambio pequeño pero vital ha aparecido al menos tres veces de forma independiente en la evolución de estos anfibios. Señal de que la fórmula funciona.
"Ser tóxico puede ser una gran ventaja para sobrevivir, porque mantiene alejados a tus posibles depredadores", aclara Rebecca Tarvin, principal autora del artículo, que se ha publicado en 'Science'. Entonces, ¿por qué no existen más animales venenosos? Porque lo difícil es desarrollar resistencia a las propias toxinas. De ahí el empeño en estudiar a los anfibios que sí lo han conseguido.
El interés no acaba ahí. Resulta que el receptor sobre el que actúa la epibatidina también está presente en humanos, con una función importante tanto en la percepción del dolor como en la adicción a la nicotina. De hecho, se le atribuye una actividad analgésica 250 veces más potente que la de la morfina, y sin efectos secundarios. Lo único que impide aplicarla es que resulta demasiado tóxica.
Eso, sin embargo, se podría evitar si se consiguiera emular a la naturaleza editando algunas letras del ADN para inmunizarnos frente al veneno y quedarnos sólo con sus propiedades ventajosas.