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DIETA MEDITERRÁNEA
A quién no le han instado alguna vez a comer el trozo de zanahoria que se ha colado en su plato aludiendo a lo buenos que son los tubérculos anaranjados para la vista. Se piensa que esta creencia popular tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial, cuando los pilotos británicos señalaban a estas hortalizas como responsables de su agudeza visual durante la noche.
Aunque el uso de radares era el verdadero motivo de la pericia británica, el mito se ha extendido como la espuma hasta llegar hasta nuestros días. Lo cierto es que nadie va a conseguir una supervisión a base de zanahorias, pero la relación entre estas hortalizas y la vista tiene algo de cierta.
Las zanahorias contienen β-carotenos, unos pigmentos que el cuerpo convierte en vitamina A. Esta molécula fundamental está implicada en diferentes funciones de los ojos, como la modulación de los fotorreceptores según las condiciones de luz. Pero las zanahorias no son las únicas que aportan estos precursores: los β-carotenos abundan también en los mangos, las papayas, la calabaza o las espinacas.
Pese a tener cierto efecto en la agudeza visual, la razón por la que comer muchos de estos tubérculos no va a mejorar tu vista es que tu organismo tiene toda la vitamina A que necesita. La alimentación de las sociedades actuales es suficientemente variada como para surtir al organismo de este compuesto. Para desarrollar una deficiencia de vitamina A, una persona tendría que estar un mes entero sin ingerir ningún alimento precursor o que la contenga.
Sólo en aquellos pueblos con una dieta desequilibrada o pobre, las personas podrían presentar un déficit de vitamina A, sobre todo los niños. En estos casos, relativamente frecuentes en países en desarrollo, una buena dosis de zanahorias sí ayudaría a los individuos a mejorar su vista.