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“ÉRASE UN ANIMAL A UNA NARIZ PEGADO”
Hay pocas escenas del reino animal más cercanas a nosotros que la de dos perros conociéndose. Es algo tan común que no reparamos en la complejidad de ese acto comunicativo, a un nivel que nosotros nunca podremos llegar.
El desarrollo del olfato de los canes es entre diez mil y cien mil veces superior al nuestro, por lo que nos sorprenden con capacidades tan asombrosas como poder oler el cáncer de las personas.
Los humanos tendremos que quedarnos satisfechos con la posibilidad de agudizar este sentido en situaciones de riesgo inminente y conformarnos con conocer las proezas olfativas de nuestros mejores amigos y otros animales.
El secreto está en la química
Los perros no se huelen el trasero para hacer como los humanos cuando nos saludamos. Hay mucho más que un simple “encantado de conocerte (o no)” en su acto, tal como cuenta la Sociedad Química de Estados Unidos (ACR) en éste entretenido vídeo:
La conversación química entre canes les proporciona información como su género y el estado emocional con el simple olisqueo de las grándulas alojadas en sus sacos anales.
El lenguaje está compuesto de trimetilamina y ácidos grasos y los “mensajes” se procesan con un sistema olfativo auxiliar que se llama órgano de Jacobson. Sí, habéis leído bien, un órgano específico para estos menesteres, sin interferencias de otro tipo de estímulos olfativos.
El olfato por bandera
Los perros son los animales a los que estamos más acostumbrados ver entre olisqueos pero no son los mejores cuando hablamos de olores. Las ratas suelen ser consideradas como una grandes olfateadoras de químicos que generan un cambio en el ambiente ya que, por ejemplo, pueden ser entrenadas para determinar si un olor viene de la derecha o de la izquierda
Sin embargo aún mejor que las ratas huelen los topos, a quienes la naturaleza no ha dado una buena vista pero sí la capacidad de oler en estéreo. Esto es que cada fosa nasal funciona de manera independiente y envía señales distintas al cerebro. Y todo a pesar de encontrarse muy cerca la una de la otra.
Pero ratas y topos son superados por un animal muchísimo más grande. Una pista: tiene trompa y no es Shin Chan.
Según un estudio reciente publicado en 'Genome Research' el genoma de los elefantes contiene el mayor número de genes de receptores olfativos, justo el doble que el de los perros, aunque aún no se conozca de forma exacta cómo funcionan estos genes.
Que empiece el cortejo
No podemos olvidarnos de lo fundamental. La comunicación olfativa es clave en el sexo animal, aunque en muchas casos nos resulten ejemplos de olores hediondos.
Los murciégalos macho son unos auténticos alquimistas, ya que cortejan a las hembras con una curiosa mezcla: usan las secreciones de una glándula que tienen para marcar el territorio y las mezclan con las producidas por sus genitales y su orina. Todo lo preparan en unos sacos especiales debajo de sus alas, las cuales batirán para seducir a las hembras.
Algunos animales van más allá: pueden llegar a saber si su pareja es virgen o no con solo olerlas. Los lemmings marrones, una especie de ratón mexicano, prefieren el olor de una hembra virgen al de otra que acaba de copular, según un estudio publicado en 'Biological Reviews'.
Su método es, en cualquier caso, bastante menos escatológico que el del antílope negro, que utiliza sus excrementos para comunicar sus intenciones a sus potenciales compañeras. No dejan nada de misterio para la pareja.