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PLANTAS ADAPTADAS A LOS INCENDIOS
En los meses de verano el fuego es uno de los protagonistas de los informativos. Con mayor frecuencia de la que nos gustaría se nos informa de zonas forestales que arden a lo largo y ancho de nuestra geografía, a menudo en lugares de gran valor paisajístico y ecológico.
Podríamos pensar que un poder destructivo tan grande es una amenaza a la supervivencia de cualquier ser vivo y que de ninguna manera su papel puede resultar estimulante para la vida. Y estaríamos equivocados.
Los incendios forestales son una perturbación ecológica habitual en distintos lugares del mundo: se llevan produciendo de forma periódica desde hace millones de años, mucho antes de que el ser humano se dedicase a hacer fogatas y a dejarlas mal apagadas. En concreto esta periodicidad del fuego es bien conocida en diferentes lugares del mundo con clima mediterráneo (en el que los veranos son muy calurosos y secos, tanto en el Mediterráneo propiamente dicho como en regiones de Australia, Sudáfrica o California).
No debe sorprendernos, por lo tanto, que algunas plantas estén especialmente adaptadas al fuego, llegando al extremo en el que su supervivencia a largo plazo es imposible sin él.
Por ejemplo, la región de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, está dominada por un tipo de matorral mediterráneo conocido como fynbos. Desde el punto de vista botánico resulta muy interesante por la gran diversidad de plantas que viven en él, hasta el punto de que, con una extensión similar a Andalucía, alberga más especies vegetales que toda España y cuatro veces más que todas las Islas Británicas.
Muchas de las plantas del fynbos producen unas flores muy llamativas, apreciadas en jardinería, pero que sin embargo son muy difíciles de cultivar. Si tomamos una semilla de estas plantas y la plantamos, muy probablemente nunca germinará: en su hábitat natural esto sólo ocurre después de las altas temperaturas provocadas por un incendio.
Fynbos, el matorral mediterráneo sudafricano
Este fenómeno (el hecho de que las semillas sólo sean viables después de que tenga lugar un suceso que las active) se conoce como serotinia, y es muy habitual en zonas mediterráneas donde los incendios son, precisamente, el agente necesario para que se cierre el ciclo de vida de muchas plantas.
El fenómeno no está limitado a Sudáfrica, sino que se extiende a algunos eucaliptos australianos y otras plantas de estas regiones. A menudo las semillas ni siquiera se desprenden de la planta madre si no ha habido fuego, y en otras ocasiones cuentan con la complicidad de las hormigas, que las entierran proporcionándoles protección.
Un caso muy llamativo de serotinia activada por el fuego es la del árbol más voluminoso del mundo: la secuoya gigante de California. Estos titanes del mundo vegetal pueden vivir miles de años y acercándose a los 100 metros de estatura.
Las secuoyas gigantes producen unos conos (piñas) del tamaño aproximado de un huevo. Lo curioso es que estos conos, que contienen las semillas en su interior, pueden permanecer verdes y sin abrirse durante décadas en el propio árbol. Sólo un incendio forestal (a los cuales las secuoyas son bastante resistentes gracias a una corteza especial) aumenta la temperatura lo suficiente como para liberar estas semillas.
La paradoja de nuestros días es que la supervivencia de esta especie de árbol, en peligro de extinción, está comprometida por la ausencia de incendios en los parques nacionales donde habita: al no haber fuego no hay semillas y sin ellas no hay plantas jóvenes que sustituyan a los árboles más grandes.
¿Qué ocurre en la región Mediterránea propiamente dicha? Al igual que en las zonas de clima similar, hay varias especies capaces de sobrevivir al fuego (los alcornoques, por ejemplo, desarrollan su corcho precisamente como una adaptación para sobrevivir a los incendios periódicos, que si no son demasiado intensos, pueden dejar al árbol casi intacto).
La serotinia activada por el fuego está presente en muchas plantas típicas mediterráneas, como el pino carrasco. Sus piñas, como en el caso de la secuoya, también permanecen mucho tiempo en las copas, y aunque algunas se abren de forma espontánea, otras se activan con el calor de los incendios.
Las jaras, tan frecuentes en los montes ibéricos, son otro ejemplo bien conocido de plantas cuyas semillas se activan después del fuego. De hecho es habitual que en los bosques quemados proliferen las jaras en los años siguientes (reduciendo el riesgo de erosión del suelo).
Algunas piñas del pino carrasco sólo se abren después de un incendio