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EEUU QUEMA GIGANTESCAS CANTIDADES DE GAS QUE NO PUEDE APROVECHAR
Si se tomara una imagen vía satélite de Dakota del Norte ahora, se apreciaría un significativo incremento de la luminosidad de la zona en la última década. El progreso, pensarás. Lo malo es que el Estado, con una población total similar a la de Valencia y una densidad de población unas seis veces menor a la de Castilla-La Mancha, es más luminoso no por la riqueza, sino porque no puede evitarlo: allí gigantescas antorchas iluminan el cielo quemando miles de hectómetros de gas natural cada día.
Lo de Dakota del Norte es un caso, cuanto menos, llamativo: ubicado en el centro exacto de Estados Unidos y pegado a la frontera norte, ha conseguido trampear la gigantesca crisis que ha afectado a otros Estados centrales del país -tradicionalmente volcados con la industria, por ejemplo, del automóvil- gracias a una lotería inesperada como es el petróleo. A pesar de su insignificancia a nivel poblacional, el Estado ha encontrado un tesoro bajo tierra que lo ha mantenido a flote, pero que a la vez ha supuesto un serio problema medioambiental.
"Si un barril de petróleo vale 95 dólares y mil pies cúbicos de gas natural valen 4,25 dólares, ¿qué infraestructura impulsarás primero?". La pregunta la lanza Ron Ron Ness, presidente del Consejo Petrolero de Dakota del Norte en un reportaje elaborado por la NPR. La fiebre del 'oro negro' ha hecho que las grandes empresas apuesten por invertir en la tecnología necesaria para extraer, refinar y transportar el petróleo... pero junto a él también hay gas natural. El problema es que es mucho menos rentable económicamente, por lo que no hay suficientes infraestructuras para tratar y explotar las gigantescas bolsas halladas... así que, directamente, lo queman.
Sí, lo queman. En total, unas seis millones de toneladas de dióxido de carbono se lanzan a la atmósfera cada año en la zona por quemar el gas natural que no pueden asumir, lo que equivale a lo que contaminarían tres plantas de carbón, según cálculos del New York Times. Otros cálculos hablan de una emisión similar a la de un millón de coches en la carretera, y todo ello concentrado en Bakken, al norte del Estado, donde se centralizan los yacimientos.
¿El problema? Ambiental, claro, pero de origen económico... incluso humano. ¿Cuánta gente podría calentar sus casas con ese gas natural? ¿Cuánto influiría en la caída del precio de la calefacción la entrada en el sistema de todo ese yacimiento? Ahí está la clave: eso ya no es un negocio rentable.
De hecho, la extracción de recursos naturales se basa en eso, en la rentabilidad, y por eso la minería se enfrenta a retos similares: las técnicas de extracción no han evolucionado demasiado en el último siglo, y cada vez resulta más costoso el proceso de tratamiento necesario para eliminar las impurezas de los minerales. Y eso, en consecuencia, provoca que los precios se multipliquen... y el negocio sea a su vez más rentable: el precio del cobre ha crecido un 50% desde 2004 y el del hierro se ha cuadriplicado.
Según un artículo al respecto en The Conversarion, el 5% de la energía que se consume en todo el mundo se dedica a la extracción y proceso de minerales, una cifra muy similar a lo que consume de energía toda África (5,4%) u Oriente Medio (5,2%). Y de ese total, el 60% se destina a extraer y moler los minerales.
La consecuencia general de todo esto es una tendencia al alza de precios, una reducción progresiva de la explotación minera por lo inasumible del coste y un brutal impacto ambiental en términos de consumo energético.