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NO HAY FORMA DE PREDECIR UNA SACUDIDA
Basándose en un estudio científico, algunos titulares predicen un aumento de la intensidad y abundancia de seísmos en el 2018 debido a cambios en la velocidad de rotación de nuestro planeta. Sin embargo, sus autores sólo hablan de probabilidades y no han hallado una relación de causalidad.
Es imposible notarlo, pero la duración del conocido como día solar cambia de jornada en jornada. El período que transcurre entre un mediodía y el siguiente se dilata a razón de unos 1,7 milisegundos por siglo como consecuencia de variaciones en la circulación de los fluidos y gases de las distintas capas de la Tierra, desde la atmósfera al núcleo, que a su vez disminuyen la velocidad de rotación de esta.
El corazón del planeta es bastante lento: el material rico en hierro y níquel que conforma su parte más externa gira aproximadamente un grado cada millón de años. Más allá de afectar al movimiento terrestre, dos investigadores explicaban en la última conferencia de la Sociedad Geológica de Estados Unidos que las variaciones en su flujo podrían afectar al número e intensidad de los terremotos.
Al analizar los datos históricos de sismos y variaciones en la duración de los días registradas durante el último siglo, encontraron una correlación entre la ocurrencia de sismos de magnitud siete o superior y las fluctuaciones de tiempo causadas por cambios periódicos en la velocidad de rotación de la Tierra.
Si bien estos geólogos sugerían que sus hallazgos, recogidos en 'Geophysical Research Letters', podrían ayudar a predecir terremotos, muchos han aplicado directamente la ecuación a la vida real: de acuerdo con el patrón detectado, el año que viene comenzaría un período de intensas sacudidas. ¿Conclusión? Debido a la ralentización de la rotación terrestre, el 2018 traerá consigo un buen puñado de catástrofes.
Sin embargo, afirmaciones como estas no son ciertas. Cualquier pronóstico basado en las conclusiones de este trabajo carece de cimientos científicos suficientes como para considerarse inamovible, como advierte Rebecca Bendick, una de sus autoras, de la Universidad de Montana.
Por un lado, Bendick y su colega hablan de probabilidades, no de predicciones, ya que no han encontrado una verdadera relación de causalidad. Por otro, si el patrón cíclico que han detectado fuera tan evidente, no habría pasado desapercibida durante tanto tiempo. Además, hay otros fenómenos que influyen en el comportamiento de la Tierra y los seísmos como para fijarse en uno solo.
Cuestión de estadística
Para encontrar un patrón en los datos, los investigadores introdujeron en su análisis el intervalo de recurrencia o tiempo que una zona con riesgo de sísmico tarda en acumular la energía suficiente para que ocurra un nuevo terremoto. Así fue como observaron en el registro histórico que cada tres décadas aproximadamente se produce un pico de temblores de siete o más grados de magnitud e intervalo de renovación corto (de entre 20 y 70 años) que se prolonga entre cinco y seis años.
Esto no significa que el fenómeno se dé exactamente cada 30 años, sino que los seísmos con dicho intervalo de recurrencia suceden juntos más que por separado pasado este tiempo, de acuerdo a los análisis estadísticos.
Los expertos estudiaron también qué proceso podía estar detrás de ambos fenómenos -los seísmos y las fluctuaciones en la duración de los días- y dedujeron que debía tratarse de pequeños cambios cíclicos en la velocidad de rotación de la Tierra causados por variaciones en el flujo del material férreo en el núcleo. Las mismas que provocan modificaciones en el campo magnético terrestre.
Aunque no se conoce exactamente su efecto, se cree que parte del fluido metálico denso del corazón del planeta podría quedarse pegado en el manto, alterando el flujo en esta capa y disminuyendo la velocidad de giro del planeta.
Al acelerar o ralentizar su movimiento de rotación, la forma de la Tierra varía: la masa se desplaza hacia el ecuador -piensa en los volantes de la falda de una bailarina cuando gira sobre sí misma con rapidez- o hacia los polos, respectivamente. Si bien este fenómeno causa modificaciones en la anchura del globo de apenas unos milímetros, puede llevar a la acumulación de energía en fallas tectónicas y contribuir así a que se produzcan terremotos.
Nuestro planeta comenzó un período de deceleración hace cuatro años así que, según el patrón cíclico reflejado en el estudio, el 2018 podría traer consigo hasta tres veces más terremotos que la media anual.
Como señalan científicos ajenos al trabajo, que miran con interés y cautela los resultados, sólo el tiempo permitirá confirmar las hipótesis. Lo cierto es que Bendick y su colega no pretendían hacer un pronóstico, sino que sus hallazgos sirvieran de inspiración para nuevas investigaciones que puedan ayudar a prever los terremotos.