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HISTORIA DE GUERRA
Es sábado por la mañana y Lucía y su abuelo recorren un pasillo subterráneo y húmedo que en su día fue testigo de inseguridad, miedo y peligro. Para ella, es su primera vez allí y mira sus paredes con asombro. Para él, este refugio subterráneo de Almería, hoy abierto al público como uno de los mejores conservados de Europa, era el lugar en el que se escondía de niño cuando en la ciudad caían las bombas de la Guerra Civil (1936-1939).
Al terminar la contienda, durante el franquismo, estos refugios cerraron y cayeron en el olvido hasta que en 2001 se descubrieron por casualidad y se recuperaron como patrimonio cultural. Este es uno de los pocos escenarios conservados de lo que se conoce como turismo de guerra en nuestro país.
“El lugar en el que cayó la bomba en Hiroshima, los campos de concentración de Auschwitz o el bombardeo de Varsovia se pueden visitar y son Patrimonio de la Humanidad. Pero en España no hay una guía turística de guerra; no se ha hablado de ello en generaciones”, señalan Isabel del Río y Dolores Brandis, profesoras del Grupo de Investigación Turismo, Patrimonio y Desarrollo de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Estas dos investigadoras son las autoras de un artículo publicado recientemente en Scripta Nova sobre la relación entre turismo y paisaje durante la Guerra Civil española y que pertenece a un proyecto en el que participan la UCM, la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Autónoma de Barcelona.
¿Turismo en guerra o de guerra?
Para hablar con precisión, es necesario distinguir el turismo de guerra del turismo en guerra. En el primer caso, el turista acude a esos lugares por razones culturales, emotivas y hasta algo morbosas. En el segundo, se trata de viajeros (la mayoría periodistas) que dejan aparcado el ocio y el disfrute para ser espectadores en tiempo real del conflicto, motivados por estar presentes en algo histórico y dejar constancia de ello para las futuras generaciones.
“El turismo de guerra o de memoria bélica es la evocación de restos físicos, mensajes simbólicos, literarios y artísticos donde el conflicto ha dejado huella y significado, mientras que el turismo en guerra coincide con un momento bélico actual”, define Del Río.
En el caso de España, los viajes a su pasado bélico se centran en los acontecimientos y lugares vinculados con la Guerra Civil. Las autoras analizan el turismo que hubo en los años de la contienda, empleado como herramienta propagandística, y denuncian el silencio y la inexistencia de una guía turística de la guerra, como sí tienen otros países.
“Según algunos expertos, las prácticas turísticas bélicas de la Guerra Civil son las primeras en el mundo occidental que más tarde se desarrollaron en la Segunda Guerra Mundial”, señala Del Río.
La propaganda del destrozo
Ambas investigadoras describen cómo cada bando del conflicto promocionaba y mostraba lugares y paisajes dañados. Con ello se pretendía atraer a un público turístico, en su mayoría extranjero, practicando así un turismo de guerra intencionado.
“A los republicanos les interesaba mostrar los destrozos”, apunta Brandis. Su objetivo era provocar sentimientos de reprobación hacia el enemigo, mostrar una España atacada por el fascismo que había que defender y recuperar. Para ello se servían de turistas de guerra que invitaban a pasar temporadas en el país y les alojaban en hoteles de Gran Vía a cambio de que su posterior testimonio jugase a su favor.
“Estos personajes venían a hacer su papel por encargo, para desarrollar su actividad o por el sentimiento de querer estar presentes. También eran una fuente de información al exterior”, explica Del Río.
Los turistas invitados por el bando republicano dejaron un testimonio que pasó a la historia: el corresponsal gráfico de guerra Robert Capa realizó una serie fotográfica, en especial en Madrid, que gozó de una realidad sobrecogedora y triunfó en el extranjero; el periodista George Orwell describió con emoción paisajes, pueblos y formas de vida, aragoneses y catalanes en Homage to Catalonia, y el escritor Arturo Barea narraba desde su despacho con privilegiadas vistas a Gran Vía los dramáticos acontecimientos de la ciudad.
Rutas del ensalzamiento nacional
Por su parte, el bando franquista empezó a utilizar el turismo como arma propagandística más tarde, cuando tenían buena parte del territorio en su poder. A diferencia del bando republicano, a ellos “les interesaba mostrar la calma del territorio conquistado”, según las investigadoras de la UCM.
En junio de 1938 presentaron las Rutas de Guerra, un proyecto turístico nacional formado por cuatro itinerarios, siendo el más popular el llamado “del Norte”, un recorrido en autobús por los verdes paisajes de la cornisa cantábrica pero en el que apenas se daba importancia a la naturaleza.
Durante días, se enseñaban símbolos del país, como Covadonga, y enclaves históricos del alzamiento nacional. El público mayoritario de estas excursiones era extranjero, sobre todo francés y británico.
"El contenido y recorrido de estas rutas mostraban la orientación de la política turística del bando nacional, encargado de resaltar los lugares e hitos simbólicos nacionales más que las cualidades del territorio y del paisaje", denuncia Brandis.
Su compañera añade que este turismo nacionalista dinamitó el turismo moderno que se practicaba en España antes de la Guerra Civil. Una vez terminado el conflicto, las Rutas de Guerra, convertidas en Rutas Nacionales, se mantuvieron durante los años del primer franquismo.
Sin itinerario bélico
Si un turista hoy preguntara por la Guerra Civil, ¿dónde podría ir para recordar la contienda? “A ningún sitio. No hay una guía de rutas de la Guerra Civil española. No queda nada más que textos, relatos y fotografías”, se lamentan las geógrafas.
Ambas denuncian el silencio sobre este doloroso episodio de la historia. “Todo el mundo quiere olvidarse de la guerra”, resume Brandis, si bien menciona las trincheras de Guadarrama o los refugios de algunas ciudades, como el de Almería. En estos laberintos subterráneos, cada día, un abuelo recuerda su infancia de escondite bajo tierra de la mano de un nieto al que le cuesta imaginarlo.