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INMUNIDAD GRACIAS A LA MASCARILLA

El uso de mascarillas podría hacerte inmune a la COVID-19

Un nuevo estudio publicado por ‘The New England Journal of Medicine’ asegura que el uso de mascarillas podría reducir la gravedad del coronavirus o, incluso, ayudar a desarrollar inmunidad.

El uso de mascarillas es fundamental para evitar el contagio de la COVID-19 entre la población y frenar la pandemia. Ahora, un nuevo estudio publicado en ‘The New England Journal of Medicine’ apunta a que este tipo de protección no solo evita el contagio entre individuos, sino que puede ayudar a reducir la gravedad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de nuevas infecciones sean asintomáticas.

Uno de los pilares fundamentales para frenar la expansión del virus es el uso de mascarillas. Durante el mes de marzo, en el que los efectos del SARS-CoV-2 eran cada vez más graves, el enmascaramiento facial era imprescindible para evitar el contagio. Los estudios demostraban que la tasa de diseminación del virus por la nariz y la boca por parte de pacientes asintomáticas era muy similar que la de aquellas personas que sí presentaban síntomas. Es decir, una persona portadora del virus, aunque no presente síntomas, tiene la misma capacidad de contagiar a otros que otra persona que sí manifiesta la enfermedad.

De este modo, si todo el mundo lleva mascarilla, aquellos que tienen el virus sin manifestarlo tampoco serán capaces de contagiarlo a otras personas. Así, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) recomendaron el 3 de abril que el público usara cubiertas faciales en áreas con altas tasas de transmisión comunitaria.

Además, los datos virológicos, epidemiológicos y ecológicos recientes han llevado pensar a muchos investigadores que la mascarilla también puede reducir la gravedad de la enfermedad entre las personas que se infectan. Es decir, puede hacer que haya más personas asintomáticas y menos personas ingresadas con problemas graves.

Esta afirmación se sustenta en la teoría de que la manifestación de la enfermedad está directamente relacionada a la carga viral recibida o, lo que es lo mismo, a la cantidad de virus que entra en nuestro organismo. Si en nuestro cuerpo entra una gran cantidad, la gravedad de la enfermedad será mayor. Por el contrario, si estamos en contacto con pocas partículas del virus, los síntomas no se manifestarán pero, aun así, se desarrollarán los anticuerpos necesarios para combatir el virus o, incluso, lograr la inmunidad, es decir, que no se produzca una nueva infección tras volver a estar en contacto con el patógeno.

Lo cierto es que, desde el año 1938, científicos de todo el mundo han hecho estudios en animales sobre la “dosis letal” de un virus o la dosis a la que muere el 50% de los infectados por el mismo. La alta presencia de un patógeno en un cuerpo puede desajustar las defensas inmunitarias innatas y agravar la enfermedad. Esto es lo que se cree que ocurre con la COVID-19. Así, la protección facial reducirá la cantidad vírica a la que está expuesto el usuario que la lleve y el impacto de la enfermedad.

Los CDC estiman que la infección asintomática antes del enmascaramiento de la población era de un 40%. Actualmente ha subido al 80%, lo que proporciona una evidencia a esta hipótesis. A menor exposición, menor gravedad de la enfermedad.

La ‘variolización

Esta no sería la primera vez que se cree que la inoculación de bajas cantidades de un patógeno en una persona pueden hacer que la enfermedad no se manifieste o que su gravedad sea menor. De hecho, cuando la viruela era una enfermedad que asolaba a la población mundial, las personas susceptibles a la misma eran inoculadas con material extraído de una vesícula de una persona con viruela. Se intentaba conseguir que la infección fuera leve y que el paciente generara anticuerpos para hacerse inmune a posteriores exposiciones a la enfermedad. Este método se estuvo usando hasta que se introdujo la vacuna, que finalmente logró erradicar la enfermedad.

El uso de la mascarilla podría tener un efecto muy similar al de este método conocido como ‘variolización’. La gran mayoría de la población positiva en COVID-19 es asintomática y la gravedad de los enfermos que sí manifiestan el virus es, por lo general, menor que en marzo.

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