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CONOCE BIEN LO QUE COMES
Un hombre entra en su restaurante de cabecera para tomar el menú del día. Se acerca el verano, toca dieta y elige el más sano. De primer plato hay unas fantásticas coles de bruselas al vapor con patata cocida. Como plato principal se sirven salmón al papillote con guarnición y, de postre, el maître tiene unas hermosas uvas gigantes sin pepitas
—¿Sin pepitas? Se pregunta el hombre.
—¡Yo no como transgénicos!
—Pues hoy no comes aquí. Contesta el ofendido maître
¿Sabemos lo qué es un transgénico? ¿Sabemos que en el menú del día de ese hombre los tres platos han sido modificado genéticamente de una manera u otra? ¿Sabías que las coles de Bruselas y la coliflor provienen de la misma planta y son organismos genéticamente modificados por el hombre?¿Sabías que la naturaleza también produce alimentos y animales con intercambio de ADN y sin intervención humana?
Una babosa del noroeste atlántico que se alimenta de un alga incorpora parte del material genético de esta a su genoma para alimentarse mediante fotosíntesis como lo hace ella. Todo de forma natural y sin intervención humana. Es su única manera de supervivencia. El hombre mediante la biotecnología acelera un proceso inventado por la naturaleza y que lleva practicando a base de prueba y error desde que es agricultor. Ya lo puso en práctica en Mesopotamia con el vino en el 5000-4000 ac, y con la fabricación de la cerveza por los sumerios en el 6000 a.c. La gran diferencia es el transgénico impacta muchísimo menos que generaciones de cultivos de prueba.
El hombre ha manipulado desde siempre los genes de las especies para crear animales domésticos, árboles frutales, arroces... a veces por intercambio entre especies que de forma natural nunca se hubieran cruzado. Hasta mediados del siglo XX el proceso era lento, tedioso y poco limpio. Desde 1953 cuando Watson y Crick descubren la estructura del ADN y, sobre todo, tras los avances de los años 70 de Smith y Wilcox, las técnicas de ingeniería genética o tecnología de ADN recombinante permiten intercambiar y transmitir solo los genes deseados de manera más rápida y eficaz, mejorando la producción cuantitativa y cualitativamente.
Pero tampoco es cierto que la transgénesis esté exenta de peligros. Si modificas un salmón para el menú del día del restaurante de turno y creas un especie que crece el doble de rápido pero no la esterilizas y se te escapa de la piscifactoría puedes desplazar a las poblaciones nativas y acabar con ellas. De la misma manera que si crías visones americanos en Guadalajara y los dejas escapar acabarás con los autóctonos… pero a nadie se le ocurre echar la culpa al pobre visón.
La hibridación silvestre por polinización desde transgénicos puede acabar con especies vegetales autóctonas y hay ejemplos documentados. Pero este fenómeno ocurre desde hace que el hombre cultiva e incluso de forma natural como parte del mecanismo evolutivo. Crear una especie o variante genética mediante manipulación del ADN o selección artificial nunca debe ser motivo de pánico en sí mismo, que se lo pregunten sino a los taurinos y sus Miuras de media tonelada. El peligro es no hacerlo de forma sostenible y coherente.
Otra amenaza de la experimentación transgénica es introducir códigos genéticos de una especie en otra sin comprobar o avisar de sus efectos cruzados. Por ejemplo, si meto genes del cacahuete en los tomates, ¿podría suceder que alguien con una alergia a los cacahuetes pudiera desarrollarla a los tomates? Si no tienes localizados los genes alérgenos sí, pero es solo un problema de control, no de la técnica en sí misma. En los casos comprobados de transgénicos alérgicos se han retirado a tiempo.
¿Y el cáncer? Hay una ola tendenciosa que trata de relacionar transgénicos y todo tipo de tumores. Es un poco parecido a las conspiraciones anti telefonía móvil o redes WiFi. Tendríamos que estar ya todos muertos. Durante el periodo 2002-2012 se realizaron casi 2.000 estudios de método científico sobre las posibles efectos en la salud humana de los transgénicos, llegando a la conclusión de que “no se ha detectado ningún riesgo significativo relacionado con el uso de los cultivos transgénicos”. En 18 años de uso desde que su cultivo se liberalizó nadie ha podido demostrar ni constatar un solo caso de cáncer debido a su consumo. Es más la mayoría de las enfermedades atribuidas por error a transgénicos son producidas por los pesticidas a los que son inmunes. El único estudio que evidenció relación entre el maíz transgénico y los tumores en ratas fue retirado por errores de bulto en su metodología y experimentación y rechazado por la Unión Europea.
El control y la normativa es fundamental. Con los transgénicos pasa como con la energía nuclear. Los problemas suelen venir por incumplimiento de reglamentos debido a presiones políticas, económicas y de patentes. La duda es saber si el hombre es capaz de controlar las herramientas que pone la tecnología a su alcance, no si de estas son intrínsecamente malas. El debate se superará con el tiempo pero aún así la desinformación y manipulación mediática actual es tremenda.
Según una encuesta de la Fundación BBVA el 65% de los españoles creen que los tomates que no son transgénicos no tienen genes. Los genes deben ser esa cosa peligrosa y fluorescente que inyecta el Profesor Bacterio a las lechugas. La neofobia de la tecnología no comprendida nos produce pánico. Oir la palabra mutación nos retrotrae a los terribles casos de la talidomida, malformaciones genéticas o al síndrome de la colza. Nuestro bagaje cultural es la desgracia y no las leyes de Mendel de obligatorio aprendizaje en secundaria.
Así, cuando respondemos preguntas capciosas sobre los transgénicos, el 89% de los españoles cree que se deben prohibir los alimentos de estas características porque son peligrosos para la salud ¿Prohibimos entonces la insulina artificial que salva la vida a millones de diabéticos por ser un transgénico? ¿Prohibimos la vacuna contra la Hepatitis B? No es un problema individual. A pesar de las evidencias, grandes lobbys se oponen hoy la comercialización del arroz transgénico dorado que podría salvar millones de vidas en el tercer mundo.
Por todo ello el verdadero problema de fondo debería dirigirse a la industria que patenta, comercializa y juega con el ADN para lucrarse con explotaciones agrícolas abusivas diseñadas solo para producir al máximo en mercados del primer mundo. En la actualidad, la financiación pública para investigación plantas transgénicas es nula, supeditando los avances a los intereses de la iniciativa privada, más preocupada en ganar dinero que en salvar vidas.