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MÚLTIPLES DESPIDOS Y CAÍDA DE VENTAS
Fitbit ha sido y sigue siendo uno de los fabricantes de dispositivos corporales más populares del mercado, lo que ya dejó de ser fue líder… y su tendencia es a la baja.
Una de las causas del éxito de Fitbit fue llegar antes que el resto, en 2011, cuando la palabra wearable prácticamente estaba por descorchar. Nike le siguió en 2012, y junto a ella otros como Jawbone o Pebble. Hagamos un repaso rápido de qué ha sido de esos pioneros:
Nike: tras renovar la Fuelband, poco después dejó este segmento, no hubo más desarrollos y se apartó del mercado.
Pebble: tras vivir del crowdfunding durante las dos generaciones principales de su producto, acabó malvendida a Fitbit por una fracción de lo que llegaron a pujar por ella dos años atrás y sus ingenieros fueron asignados a los productos propios de Fitbit, la marca Pebble fue desechada.
Jawbone: tuvo varios problemas con algún modelo de sus pulseras y a la postre vio cómo Fitbit le adelantó por la derecha. Su recorrido acabó pronto y volvió a dedicarse a dispositivos de sonido.
En ese contexto Fitbit creció a lo bruto, a doble dígito durante varios trimestres seguidos. Su éxito también se explica por haber quedado en una suerte de “punto dulce” dentro del mercado: sus precios eran lo suficientemente asequibles para el gran público, su aplicación y componente social muy acertados para gamificarlos retos de actividad física.
Las alternativas querían abarcar demasiado y al final lo hacían todo mal, como los primeros relojes inteligentes de Samsung, o iban a un nicho muy concreto, como Polar, Garmin y compañía con sus relojes para deportistas, no meros ciudadanos de a pie a quienes les hacía ilusión ver su número de pasos diarios y picarse con los compañeros de la oficina.
Esa actividad tan desenfadada y sana tuvo el recorrido que tuvo. Uno de los mayores problemas de las Fitbit eran que lucían como trozos de plástico. En cuanto uno quería vestir con algo más que unos vaqueros y una camiseta, la Fitbit chirriaba, motivo por el cual a menudo terminaba en un cajón cogiendo polvo, empadronada donde habita el olvido. Y la indiferencia.
Mientras todo aquello iba ocurriendo, apareció el reloj de Apple. El Apple Watch es el Guti de la tecnología: vive eternamente cuestionado, y aunque no se puede hablar de él como un éxito arrollador, sus registros son, como poco, satisfactorios a la espera de más oportunidades. Veremos si acaba en Jesé o en Raúl. Quien escribe estas líneas apuesta por lo segundo.
Esa aparición solo acentuó los problemas de Fitbit. El Apple Watch es personalizable, no olvida su componente de moda y estilo y mediante el intercambio de correas y esferas no desentona en ninguna situación. Otro clavito para el ataúd de Fitbit, que en estos años, 2015-2017, comenzó a ver despidos en masa.
Aunque las gamas de producto ya habían ido más allá de las simples pulseras, sin o con una pequeña pantalla, como con el Blaze, un reloj inteligente, aquello no fue suficiente. La solución pasó por anunciar el desarrollo de un reloj que, por su descripción, acabará siendo con toda probabilidad un Apple Watch wannabe, lo cual solo puede llevar a ventas wannabey relevancia wannabe.
Por el bien de Fitbit, esperamos que llegue a una solución para su delicada situación en el mercado, que ha hecho que su valor en bolsa se haya desplomado un 88% en los últimos dos años, desde que comenzó a cotizar. Las perspectivas actuales no son buenas.