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EL V CONGRESO DE LIBRO ELECTRÓNICO ANALIZA LA LLEGADA DE LOS ROBOTS AL MUNDO EDITORIAL
¿Escribirán los robots las futuras novelas, las canciones o las películas?¿Cuál será el papel del editor, del productor, del director de cine o de los libreros en este nuevo mundo digital? Antes de que se respondan a estas preguntas en el V Congreso del Libro Electrónico, pienso en un futuro en que Amazon Alexa es el principal afiliado de CEDRO o la SGAE, y ese futuro me asusta, pero me temo que está cerca.
Mi hijo tiene cuatro años y tardó dos en hablar gracias a sus padres (nosotros); y en otros dos sabrá leer perfectamente, gracias a su profesora. Amazon Alexa (2010) entiende y habla perfectamente con y como sus dueños.
Escribo este primer párrafo desde los prejuicios, pero entiendo que los humanos (nosotros) aprendemos de los humanos; entiendo que los escritores noveles estudian a los grandes escritores que les precedieron; y asumo, entonces, que aquí lo que cambia es solo el alumno y no tanto el maestro.
Lo mismo ocurrió con Google Assistant, Siri (Apple), Cortana (Microsoft)… y el resto de asistentes de voz. ¿Cuánto tardaron en pronunciar sus primeras palabras estas inteligencias artificiales para mantener una conversación fluida con sus humanos?
¿En cuánto tiempo tardarán en escribir, como nosotros, un email o culminar su primera y malísima novela? ¿Pulirán su estilo hasta plagiar a Gabriel García Márquez sin que el lector que compre sus libros ni se dé cuenta de que quien las ha parido es un ente algorítmico?
Tengo ganas de hacerle esas preguntas a Isabel Fernández Peñuelas, directora de Innovación EMEA en Oracle NEXT. Participa en el V Congreso del Libro Electrónico, en Barbastro, Huesca, y allí intentará responder a cómo será el inminente impacto de las máquinas inteligentes en la creación artística (cine, música y en el mundo del libro).
"¿Escribirán los robots las futuras novelas? ¿Serán traducidas por máquinas?¿Cuál será el papel del editor y de los libreros en este nuevo mundo digital?".
Espero que sus respuestas me sacudan los prejuicios. Porque lo que leo para escribir este artículo no me ayuda. La posibilidad de que las inteligencias artificiales hagan el trabajo (profesional o intelectual) de las personas no es una utopía, ni siquiera una distopía.
Recientemente, el New York Times avanzó que solo existen 10.000 expertos en todo el mundo que puedan enseñar, programar o controlar a una inteligencia artificial (IA).
Ese reducido número de sabios está en el foco de las grandes tech. No en vano, les contratan por salarios anuales que van entre los 300.000 o 500.000 dólares para que trabajen en sus departamentos de 'machine learning'.
Nadie paga medio millón de dólares a una persona por una distopía y menos si quien abona la nómina cotiza en las bolsas más importantes del mundo a las que tienen que rendir cuentas.
El futuro ya está aquí, pero como todo está en fase beta, no los vemos, o no lo queremos ver. Por ejemplo, Google puso a su asistente de voz a leer miles de novelas románticas para darle cierta empatía a su inteligencia artificial. Pero hay más.
Facebook también logró que M, su asistente de voz, leyera cuentos infantiles, Alicia en el País de las Maravillas, por citar uno. IBM Watson, la IA quizás más comercializada de todas las tecnológicas, ya sabe definir la personalidad de un político con solo leer sus discursos.
Las máquinas leen, aprenden y repiten como nosotros leíamos, aprendíamos y repetíamos cuando éramos niños, solo que muchísimo más rápido. Ahora solo les falta dar el salto, cruzar esa última frontera: crear novelas, canciones, películas. Y me temo que la cruzarán, después de rentabilizar su inteligencia en los sectores financieros, comercio electrónico, telecomunicaciones, coches autónomos y sanidad.
¿Próxima estación, las industrias culturales y del entretenimiento? Es un mercado (cine, música, libros) que mueve, solo en EE UU, unos 726.000 millones de dólares. No en vano, Google dentro de su Proyecto Magenta ya investiga cómo las máquinas podrían ser entes creativos, intentando que las IA y los artistas (humanos) desarrollen conjuntamente piezas de música, vídeos, fotos o textos propios.
Si eso fuera así, es que habrá llegado ese momento temible para el sector editorial. Los robots con IA habrán dejado sin trabajo a los correctores que pulen los manuscritos (¿no usas ya el autocorrector del móvil o de Word? ¿De qué te sorprende entonces ese futuro?). Y los traductores; los traductores también se irán al paro (¿no usas a escondidas Google Translate?).
¿Y los escritores? ¿Serán los escritores ese sin hogar sentado en mitad de una calle mientras un robot le da una limosna entre otras máquinas que pasean como peatones, como así ilustró R. Kikuo Johnson en su sobrecogedora portada del New Yorker?
“No estoy muy preocupado por las máquinas que reemplazan a los caricaturistas”, expresó el artista sobre su ilustración cuando le preguntaron.
Imagino pues que máquinas de aprendizaje profundo logran ya, en ese futuro trazado por las tecnológicas, escribir, corregir y traducir en minutos un novelón en 50 idiomas. Es un futuro, como digo, aterrador, pero buscando en Google Noticias -otro algoritmo- encuentro que ya ocurrió en el pasado.
Un programa de inteligencia artificial se leyó más de 10.000 poemas creados por 519 poetas durante los últimos 90 años, hasta lograr parir de su puño y letra un extenso poemario de 10.000 sonetos en 2.760 horas (abruma tanto número para hablar de poesía, ¿verdad?).
El autor del primer poemario publicado por un robot se llama Microsoft Little Ice y sus ¿editores? recopilaron los 139 mejores en un poemario titulado ‘La luz solar se perdió en la ventana de cristal’.
Es ahora cuando me imagino un mundo donde los escritores humanos son la resistencia y los robots con inteligencia artificial de Amazon, Google, Facebook, IBM, Oracle o Intel nos venden mañana novelas, gracias a que ayer leyeron millones, billones, de libros, en fracciones de segundo.
Reitero que aquí lo que cambia no es el maestro, sino el alumno. Imagino que esas novelas robots, escritas por 'robots novela' se convierten por arte de magia de sus propietarios -Amazon, Facebook, Google…- en títulos superventas. Bienvenidos al best-seller automático o automatizado.
Imagino entonces que tras el corrector, traductor y escritor le tocará escribir su epitafio al editor. Será entonces cuando se dé el sueño perfecto de empresas voraces como Amazon.
Amazon cobrará el 100% del precio de venta de una novela y lo ingresará en sus cuentas de Luxemburgo; y seremos un reducido grupo de lectores –la resistencia- los que exijamos a Jeff Bezos (o a su robot alter ego) que nos diga si el e-book que compramos está escrito por una IA o por una persona: porque no lo sabremos.
¿Amazon será entonces el principal socio de CEDRO, la gestora más importante de España después de la SGAE, que reparte cada año los royalties a los escritores por la venta de sus libros? ¿Y CEDRO le regalará unas gafas al robot de Amazon, como antes hacía con los literatos asociados?
Es cuando me viene a la mente un mundo digital escrito solo por robots, en los que solo un hombre, un simple operario, será el que controle una pantalla en la que ve cómo millones de libros se escriben automáticamente.
Y ese hombre, humano, se me parece a Homer Simpson, acostado en una silla con los pies sobre la mesa del cuadro de mandos de la central nuclear de su jefe, Mister Burns.
No me digas que ese futuro no asusta.
Por eso, digo que cuando me respondan a la pregunta de si las IA escribirán novelas, la simple pregunta me llena de prejuicios, los mismos con los que tecleo estos últimos párrafos.
Sin embargo, empiezo a entender que los robots no harán nada que no hagan ya los escritores, leer, aprender, mejorar o quedarte en la cuneta del plagio. Supongo que habrá ‘robots novela’ que publiquen títulos mediocres o simplemente uniformes, como los vinos que recomienda Robert M. Parker (¿acaso no se hace ya?).
Y mientras los humanos discutimos si las inteligencias artificiales pueden o no ser creativas, me llega desde YouTube (1,4 millones de visualizaciones) el primer disco compuesto con ayuda de un robot, ('I am AI'). El single 'Break Free', su letra, su melodía y su vídeo, es una creación de una máquina. Amper, la start-up que lo ha desarrollado ha recaudado 4 millones de dólares de financiación para vender este tipo de canciones a empresas que requieran música original y barata para sus proyectos promocionales (publicidad, promos, vídeo corporativo, etcétera).
Mi hijo tiene fiebre y con la otra mano telefoneo al centro de salud y me atiende una voz automatizada con acento metálico: “si quiere pedir cita, pulse uno”.
-¿Con quién hablas, papá?
- Con un robot.
- ¿Puedo hablar con él? ¿Puedo?
- Todavía no, hijo. Todavía, no.
Y veo cómo la luz solar, efectivamente, se puede perder en la ventana de cristal.
¿Resistiremos?