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‘STORIES’ HASTA EN LA SOPA
Cuando copiaron por primera vez las Stories en Instagram, tenía sentido. De hecho, les funcionó bastante bien. Cuando las llevaron a WhatsApp con los Estados, muchos arquearon la ceja. Ahora que han decidido plagiarlas por tercera vez, en Facebook Messenger, queda patente que la obsesión se les escapa de las manos: los 'Days' son una pesadilla en términos de usabilidad.
En octubre de 2013, un chat más bien desconocido que jugaba la baza de la privacidad en un momento delicado —cuando Edward Snowden destapaba los primeros trapos sucios de la inteligencia estadounidense— apareció en el mercado. Su mayor reclamo era que los mensajes se autodestruían en cuestión de segundos, sorprendiendo al mundo con una novedad que convertiría esa app de mensajería con cierto tirón entre los ‘millennials’ en un auténtico fenómeno de masas llamado Snapchat.
Nacían las Stories, el germen de un formato de publicación (una cronología de fotos y vídeos que caducan a las 24 horas) que se ha convertido en una de las formas más populares de seguir la pista a amigos y conocidos. En poco tiempo, era tal el éxito de esta función y del servicio que la había estrenado que el gigante de las redes sociales decidía rascarse el bolsillo y poner sobre la mesa la friolera de 3.000 millones de dólares. Los dueños -sabiamente- rechazaron la oferta de adquisición de Facebook (y no era ninguna locura). La jugada les salió bastante bien.
Un ofendido Mark Zuckerberg, que ofrecía por Snapchat más de lo que se gastó en Instagram (pero menos de lo que se dejaría en comprar WhatsApp), comenzó entonces a buscar la forma de tumbar a su rival. A lo largo de los años, han sido muchos sus intentos fallidos de copiar las funcionalidades del chat y atraer a sus jovencísimos usuarios: Poke, Slingshot, Bolt, Flash… Ninguno llegó a buen puerto.
La primera y única maniobra exitosa del conglomerado Facebook en su guerra contra Snapchat tendría que esperar hasta agosto de 2016. Con gran acierto, la red social de fotografías propiedad del gigante de internet estrenaba entonces Instagram Stories, una copia descarada de la app del fantasma que tendría, de inmediato, un buen recibimiento.
El plagio, cuestionable o no, tenía sentido. Instagram había sido siempre una cronología visual de información, con fotos de tus colegas unas debajo de otras. Pronto comenzó a dar bocados a la base de usuarios de Snapchat. Según datos de App Annie, la llegada de las Stories a Instagram condujo a la inventora del formato a su peor registro del año, después de una primera mitad de 2016 en la que había dominado en todo momento alguna de las tres plazas del podio de las aplicaciones móviles.
Más tarde se revelaría que el ascenso de los usuarios de Snapchat, hasta entonces meteórico, llegó a ralentizarse hasta un 82% por culpa de la jugarreta de Instagram. Y es precisamente esta amenaza la que tiene a los inversores preocupados tras la salida a Bolsa de Snap -la compañía matriz de la app-. Las dudas sobre el futuro del que fuera el chat de los mensajes que se autodestruyen han lastrado su cotización tras el furor inicial: no es fácil apostar por un púgil que tiene a Facebook al otro lado del cuadrilátero.
Consciente de ello, Zuckerberg ha hecho todo lo posible por zancadillear a su competidora en su salto al parqué. Ha hecho tanto que, probablemente, se le ha acabado yendo de las manos.
A principios de 2017, la funcionalidad más plagiada de Snapchat llegó a la red social por excelencia de la mano de Facebook Stories. La acogida no fue tan buena como en Instagram, pero la estrategia al menos no era totalmente disparatada. Al fin y al cabo Facebook es una red social que utilizamos en parte para saber en qué andan metidos nuestros amigos. Estamos acostumbrados a recorrer su cronología en busca de retazos de su día a día.
El absurdo llega cuando Zuckerberg y los suyos deciden ir un par de pasos más allá, primero con Messenger Day y luego con WhatsApp Status. Por ilustrarlo de la forma más gráfica, es como repartir armas en colegios y hospitales para librar la guerra contra Snapchat. Primero, no querrán usarlas; segundo, no sabrán; tercero, no será el lugar idóneo para librar una batalla: se corre el riesgo de que un par de servicios relevantes terminen arrasados por las bombas.
Igual que los colegios están para aprender y los hospitales están para curarse, Messenger y WhatsApp tienen su función clara: son herramientas de mensajería instantánea herederas de los SMS. La gente acude ellos para mantener conversaciones privadas (o en grupo) con amigos, familiares, compañeros de trabajo, clientes, proveedores… No son lugares para echar el rato cotilleando, no son sitios para pregonar en qué andas metido y que el resto cotillee.
En Messenger ni siquiera sirve aquello de “si no te gusta, no lo uses”. La funcionalidad plagiada de Snapchat (aquí no son Stories, son Days) se ha quedado con la parte superior de la pantalla, por encima de la lista de contactos, dificultando la tarea de encontrar a la persona a la que quieres dirigirte (ahora tienes que hacer más ‘scroll’).
Y eso no es lo peor: ahora, cada vez que quieres compartir una foto (aunque sea el pantallazo de una transferencia bancaria), la aplicación pregunta si se la quieres mostrar a todo el mundo (desconocidos, personas a las que casi ni recuerdas y hasta competidores de tu empresa, por qué no) como parte de tu Day. Hacer público un documento tan sensible por error no es complicado, pero lo que sí resulta difícil es borrar la imagen una vez compartida. No serán pocos los que habrán tenido que esperar 24 horas, sudando la gota gorda, hasta que se dignase a desaparecer una foto que no debía estar ahí.
Al menos en WhatsApp han colocado los Estados, su particular copia de Stories, en una pestaña diferente de la aplicación a la que no tienes por qué acceder. De hecho, hay una razón de peso —más allá de que te guste o no la idea— para no hacerlo: se trata de la herramienta menos indicada para pregonar los pormenores de tu vida.
En un lugar como España, el país europeo donde más se usa WhatsApp, los usuarios pueden tener varios centenares de contactos en el chat por excelencia. Básicamente, toda su agenda de contactos: la familia al completo, amigos del presente y del pasado, compañeros de trabajo, el jefe, el antiguo jefe, el que podría ser nuestro próximo jefe, clientes, socios, parejas y exparejas, el fontanero que nos arregló la tubería del cuarto de baño y el amabilísimo empleado del banco que nos dio su número de teléfono personal. También cualquiera que haya decidido agregar nuestro número a su agenda, aunque sea por entretenerse probando a ver quién hay detrás.
Y no es sólo que no quiera contarles lo que estoy haciendo (que no quiero), sino que, sobre todo, no tengo el menor interés en saber qué están haciendo buena parte de ellos. Por eso no abro la pestaña de Estados. Por eso cada vez que la he abierto, por probar, no conocía a ninguna de esas tres o cuatro personas que estaban publicando memes motivadores. Es lo más personal que se atrevían a dejar en un sitio así.