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Telegram, tenemos un problema, y de los gordos
Telegram se ha convertido en una de las plataformas digitales más usadas del mundo con 200 millones de usuarios activos mensuales. Sigue muy lejos de WhatsApp o de Facebook Messenger, sus principales rivales, pero su crecimiento no es desdeñable.
Las noticias recientes que rodean a Telegram no son buenas. Primero fue por el gobierno ruso, que hace unos días advirtió a la compañía de que bloquearía su servicio en todo el país si no le hacía entrega de las conversaciones y los datos de sus usuarios si era requerida para ello. Aquello fue en junio de 2017, Telegram se negó y la administración de Putin ha terminado actuando: el servicio ya no funciona en su propio país de origen.
Por si fuera poco, varios gobiernos y asociaciones antipiratería la tienen en el punto de mira. Telegram, desde su nacimiento, ha tenido una vocación clara hacia el público tecnológico, el que conoce a fondo sus herramientas y gusta de darles un uso más avanzado que el del usuario promedio. La aplicación ha puesto las herramientas necesarias para ello, y así se crearon los canales unidireccionales o los grupos de hasta 100.000 personas, por ejemplo. Una barbaridad para cualquiera otra app pero que es costumbre en Telegram.
¿Dónde está el problema? En que estos canales y macrogrupos, unidos a la posibilidad de adjuntar archivos de hasta 1,5 GB que son alojados en los servidores de Telegram, son un nido de contenido pirata compartido. Películas, series, libros y revistas son los principales tipos de archivos difundidos y replicados en Telegram.
En Telegram está la continuación natural del extinto The Pirate Bay. Hay centenares o miles de canales que comparten estos archivos a cientos y miles de seguidores que con dos toques pueden descargarlo en su dispositivo. Es imposible que sea más fácil. Para colmo, en Telegram también hay bots, así que la responsabilidad se difumina. Lleva no más de dos minutos buscar “Movies”, “Hollywood”, “Netflix” o similares, unirse a varios grupos o canales, y tener al alcance de la mano todo ese contenido.
La existencia de estos bots hace que los procesos de publicación sean inmediatos y continuos, y para los legisladores, un poco más difícil combatir esta práctica. Ahora que se hace cada vez más pública la existencia de estos canales con estos archivos, e incluso de algunos en los que se comparten claves robadas de cuentas de Netflix, falta ver qué hace Telegram al respecto, si decide cooperar con las administraciones, o prefiere seguir erigiéndose como el paladín de la libertad en la mensajería instantánea.
Hacer lo segundo puede tener consecuencias graves como que otros países empiecen a seguir a Rusia y bloqueen su utilización, dejando a Telegram herida de muerte. ¿Alguien recuerda lo que ocurrió en 2012 con Megaupload y Kim Dotcom? Telegram ha basado buena parte de su existencia durante los últimos años en ser la alternativa al poder establecido (Google y Facebook con sus respectivos tentáculos) para vivir de espaldas al sistema. Seguir haciéndolo cuando se toca el delicado asunto de los contenidos protegidos por derechos de autor, un lobby demasiado peligroso, es apretar las tuercas mucho. Quizás demasiado.