Espectacular hotel en la campiña inglesa
Existen hoteles que ocultan en su interior leyendas que darían para hacer una película. En esta ‘casa’ de campo inglesa vivió durante cuatro años el rey francés Luis XVIII. Puro lujo y elegancia a la antigua usanza.
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Primero un poco de historia. Dicen los libros que el paraje de Hartwell House perteneció a William Peverel, hijo natural de Guillermo el Conquistador. Ya en 1600, los Hampdens, familia prominente de Buckinghamsire contruyó la casa actual. Veinte años más tarde, en 1620, un descendiente de los Hampdens contrajo matrimonio con un vástago de la familia Lee (de cuyo árbol genealógico luego apareció el famoso general confederado Robert. E. Lee).
Pero el jugoso pedigrí no termina aquí. El rey francés Luis XVIII se exilió de Francia y recaló en Hartwell House junto con su corte durante cinco años, entre 1809 y 1814. Le acompañaban figuras tan egregias como Marie-Josephine de Saboya, la Duquesa de Angulema, su hermano, el conde d’Artois (más tarde Carlos X) y Gustavo IV, el rey exiliado de Suecia. Durante ese tiempo convirtieron las posesiones en una especia de granja en la que las aves y los conejos convivían en armonía con hierbas, vegetales y frutas que luego pasaban a los fogones reales.
Tras la marcha de la corte real, la casa siguió en manos de los Hampdens hasta que, en 1938, la compró Ernest Cook, fundador de la agencia de viajes Cook. Luego se convirtió en escuela para muchachas y, tras una restauración y lavado de cara, en 1989 abrió sus puertas como hotel. Bueno, como un hotel impresionante rodeado de bosques, parques, estatuas del siglo XVIII, una encantadora iglesia en ruinas y un lago por el que navegan plácidamente un par de cisnes blancos y que, durante el otoño, es un espectáculo de tonalidades que van del verde más profundo al rojo y al amarillo. En fin, 90 acres para disfrute de los huéspedes, para darse largos y apacibles paseos.
La fachada, tan señorial y distinguida, impone. Y al entrar uno se siente como en otra época, con esos rasgos decorativos y arquitectónicos jacobinos y georgianos, tachonado de murales, grandes tapices ajados por el tiempo, espectaculares muebles antiguos, biombos japoneses añejos, un piano, retratos avejentados de egregios personajes de la nobleza inglesa, mullidos sofás de finas y delicadas telas… y una chimenea en el living room que invita a pasarse allí la vida (porque la encienden todos los días, que se creen…).
Muy cercano al pueblo de Ayslebury y a una hora y media más o menos de Londres, Hartwell House & Spa dispone de 30 habitaciones en la casa principal de tamaño XL y lujo total, decimonónico, de otros tiempos. Al lado se yergue la Harwell Court, un pabellón más pequeño con capacidad para 10 suites y 6 habitaciones estándar. Pero todas con ese aire tan british-campestre de sangre azul. Si una estancia despunta por encima de las demás, esa es la número 15, situada en la casa principal y a la que se accede tras subir unas regias escaleras de piedra blanca (¿se acuerdan de Harry Potter?). Esta habitación fue el aposento del rey Luis XVIII: chimenea, una cama brutal con dosel, ocho ventanales protegidos por pesadas y delicadas cortinas y con vistas al lago y a la campiña, pinturas, lámparas vintage… uno se siente parte de la nobleza. De hecho, la nobleza anda cerca: el valle de Ayslebury es una de las zonas más bellas del condado de Buckinghamsire que, entre otras propiedades, se encuentra Waddesdon Manor, la casa de la familia Rothschild.
Un último consejo: no se olvide el bañador. El Spa de Hartwell House se levanta en un edificio anexo reconvertido en una orangerie que alberga una amplia piscina, saunas, baños de vapor, gimnasio y todo tipo de tratamientos para mimar el cuerpo y, de paso, relajarse, que aquí lo único que se escucha es el trinar de los pájaros y los leves pasitos de las ardillas.
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