ESCAPADA AL LANGUEDOC-ROUSSILLON
El sur de Francia se ha convertido en uno de esos destinos que, estando realmente a un paso, asombra por su exotismo y desconocimiento. Es muy probable que quienes hayan estado más de una decena de veces en París, Estrasburgo o Marsella aún desconozcan el Languedoc o el Rosellón. Y no será porque estas regiones no cuenten con rincones donde disfrutar como un buen hedonista.
Uno de ellos es la Abadía de Fontfroide, uno de los monumentos cistercienses mejor conservados de Francia y que bien merece una escapada para conocer de cerca la cultura ‘cátara’. Fundada en 1093 a no demasiada distancia de Narbona, no tardó mucho en convertirse en uno de los referentes eclesiásticos de la época.
Nació como benedictina, pero antes de cumplir medio siglo de vida ya era cisterciense. Su prosperidad se explica en tanto que recibió numerosas donaciones de los señores feudales de la zona, hasta el punto de que los propios monjes de allí fundaron centros religiosos en las provincias adyacentes, como el catalán monasterio de Poblet. Fue el centro de la ortodoxia frente a los cátaros y se benefició de las expropiaciones a estos últimos, por lo que su influencia y riqueza siguió creciendo.
Hoy ya no hay vida monástica como tal. Los últimos cistercienses salieron en el año 1901 y, poco después, en 1908, Gustave y Madeleine Fayet, artista y responsable del museo, la compraron y se encargaron de restaurarla, una labora que hoy continúan sus descendientes.
Gracias a ellos es posible visitar esta joya arquitectónica y sus jardines. En ellos, completamente restaurados, premiados por su majestuosidad, se pueden admirar más de 2.500 rosales, así como la plantación de todo tipo de plantas medicinales. Su colorido destaca en el verde que rodea a la abadía, pues los monjes eligieron la parte inferior del valle del macizo de Corbières, entre otras razones, por su foresta, hoy dentro del Parque Natural Regional de Narbona.
La abadía de Fontfroide abre sus puertas todos los días y las visitas son gratuitas, permitiendo acceder a todas las habitaciones y salas. Existe la opción de hacerla con guía, e incluso en una modalidad familiar en la que se adapta el descubrimiento de cada rincón del monasterio a los más pequeños (solo durante vacaciones escolares). Eso sí, para acercarse a la biblioteca y algunas habitaciones cerradas a las visitas normales, es necesario solicitarlo previamente.
La abadía es hoy un centro cultural de primer orden. No faltan conciertos de cantos gregorianos (uno de ellos, el pasado 5 de abril, con el Coro Gregoriano de París); y grandes estrellas de la música clásica como Jordi Savall la visitan a menudo. El catalán estará allí el próximo julio en su Festival de Música e Historia. Hay que sumar su Festival de Trovadores, conciertos de Cellos por Lluis Claret, festivales de coros...
Esto en cuanto a la música, porque en lo que respecta a la parte gastronómica, Fontfroide también tiene mucho que aportar. El vino de la abadía está ligado al terroir de Corbières, una bodega que puede visitarse, así como los viñedos, a un paso del recinto monástico. Además, cuenta con un restaurante de cocina local, considerado uno de los mejores de la zona, La Table de Fontfroide, en el propio monasterio y cuyo menú incluye desde Ravioli de queso de cabra y castañas a un asado de gallina de Guinea, pasando por tartas de manzana con su helado de vainilla y su caramelo.
Pocas veces acercarse a la historia medieval tiene mejor sonido y sabor que en este rincón. A pocas horas de la frontera con España, un descubrimiento para toda la familia.
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Turismo Sud de France