Viajestic» Destinos

Asia

Bagan, viaje al pasado

La esencia de Buda en sus templos y estupas
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje
Imagen no disponible | Montaje

Más de 2000 templos y pagodas se extienden por el territorio de Bagan, un viaje en el tiempo, un viaje que nos transporta al pasado como si fuese el resultado de un hechizo. En esta región, poblada desde la segunda mitad del siglo IX, se construyó la capital del antiguo reino de Birmania, hoy Myanmar, aprovechando la proximidad al río Ayeyarwady, su principal vía comercial. Sigue teniendo ese halo de misterio aunque su imagen es muy distinta a la que debió de tener en su periodo de esplendor cuando reyes, nobles o plebeyos competían construyendo templos y pagodas para honrar a Buda, llegando a las 10.000 en el año 1200. Hay que perderse por los caminos, recorrerlos en bicicleta, en un carro tirado por bueyes o sobrevolarlo en globo, para descubrir las estatuas doradas de Buda, las pinturas murales, las pagodas que contienen reliquias religiosas o los templos que acogen estas figuras y se dedican al culto. Monumentos que son un ejemplo de armonía y refinamiento, como el de Ananda, uno de los más venerados, con sus cuatro figuras de Buda y las huellas sagradas de sus pies; Thatbinnyu con sus 61 metros de altura; Shwezigon, que parece de oro y oculta cuatro grandiosos leones, Sulamani, con su fachada en medio de un paraje solitario; Lawkananda y su vista sobre el río; Dhammayangyi, que hubiera sido el mejor templo de la zona si el rey que la mando levantar no se hubiera muerto antes de que acabaran los trabajos... Cientos y cientos de pagodas y templos, con nombre o sin nombre, con historia o sin historia, pero que hay que recorrer, subir y bajar. Y ya al atardecer es imprescindible subir todas y cada una de las escaleras del templo Gawdawpalin y en lo alto, si conseguimos hacernos con un buen sitio, admirar la puesta de sol sobre el río Ayeyarwadi, disfrutando posiblemente de uno de los mejores atardeceres de Asia. Cuarenta kilómetros cuadrados que parecen de otro mundo, con su llanura verde y ocre, un lugar para observarlo desde todos los ángulos; sorprendernos con sus campesinos arando con sus bueyes como lo hacían sus antepasados; los monjes celebrando ceremonias; las ancianas que se relajan fumando sus gruesos cigarros cherrots o las jóvenes con la cara cubierta de tanaka para protegerse del sol. En todos ellos, veremos un gesto complaciente, esa placidez que parece formar parte del paisaje y siempre, siempre, la alegría reflejada en sus ojos o la sonrisa en sus labios.