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Civita di Bagnoregio, la villa que desaparece

Una pasarela es el único modo de llegar a esta localidad del centro de Italia, en lo alto de una montaña.
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Fueron los etruscos los que decidieron, hace más de 2.500 años, que la cima de las montañas de la actual provincia de Viterbo, en el centro de la península italiana, eran el lugar perfecto para asentarse. Fue así como nació Civita di Bagnoregio, sin duda una de las localidades más bellas del país trasalpino y, también, de las más singulares, ya que para llegar a pisar sus calles hay que atravesar una larga pasarela, la única vía de acceso al pueblo. Terremotos recientes como el de L'Aquila, en 2009, nos recordaron que el centro de Italia es una región de gran actividad sísmica. La decadencia de la Civita medieval también fue debida a uno, el que tuvo lugar a finales del siglo XVII. Ya durante todo ese siglo, e incluso a lo largo del anterior, fueron muchos los que, ante la falta de espacio (la cima de la montaña no es muy extensa y se colapsó rápidamente), decidieron mudarse a Bagnoregio, el barrio que creció junto a la villa, fuera de la montaña. Eran ciudadanos hartos de estrecheces y de ver cómo algunas casas caían por el precipicio (entre ellas, la que vio crecer a San Buenaventura, en el siglo XIII). Esto llevó a Civita a cargar con el sambenito de 'la ciudad que moría'. Sin embargo, el enclave ha vuelto a la vida gracias al turismo. Sus 12 habitantes en invierno se convierten en casi un centenar en verano gracias a las hospederías, algunas de gran lujo como la de Corte della Maestà, y su presencia en listas de ciudades en peligro de desaparición hicieron que fueran muchos los que corrieran a visitarla, antes de que otro gran seísmo la dejara en cenizas. Llegar a esta preciosidad medieval a 443 metros de altura, sobre la montaña de arcilla que se desmorona, no es difícil, ya que se encuentra a apenas 110 km. de Roma y 30 km. de Viterbo. Una escapada perfecta para un fin de semana si se está en la capital de Italia por trabajo, o de vacaciones. A la hora de visitarla, hay que pararse en la Porta di Santa María, las esculturas de la plaza principal, el palacio Colesanti, la Iglesia de San Donato y en el Palacio del Obispo, que abandonaron los monjes en el siglo XVII. Tomar un café en su bar, callejear por las empedradas calles comprobar el deterioro que las inclemencias del tiempo provocan sobre la piedra será inolvidable.