INGENIERÍA ARTESANA
Cada vez que nos hablan de Cuzco, lo habitual es que nuestra mente viaje a la maravillosa ciudad inca de Macchu Pichu. Sin embargo, esta región de los Andes peruanos no solo destaca, en lo que a arqueología se refiere, por esta ciudad perdida, considerada una de las maravillas de la Humanidad. Hay otros lugares que bien merecen una visita y, sobre todo, el gustazo de maravillarnos ante su belleza.
Es el caso del puente de Queshuachaca, también conocido como Q’eswachaka. No se trata de una construcción más a la hora de sortear el cañón que forma en la cordillera el río Apurímac, en el distrito de Quehue, uno de los principales ríos de Perú. Al contrario, es toda una atracción, en tanto que se trata del último puente inca en pie construido con la técnica ancestral del tranzado de sogas de fibras vegetales. Concretamente está hecho a base de soguillas de ichu y q’oya (paja brava), materiales suficientemente fuertes como para permitir que se pueda cruzar sobre él sin precipitarse por la caída de 50 metros sobre la que está suspendido, entre dos peñascos de uno de los profundos cañones de la región.
Con una longitud de aproximadamente 30 metros, por apenas algo más de un metro de ancho, de su estabilidad se encargan gruesos hierros clavados a rocas enormes en cada extremo, en donde se juntan las sogas que componen la estructura. Estas se trenzan cada año, una tradición que perpetúa el puente y, además, asegura que no hay peligros de roturas o caídas. Cuatro comunidades campesinas quechuas se unen anualmente para restaurarlo, siempre con las mismas técnicas y materiales que sus antepasados, una labor que le valió ser reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (el quinto elemento peruano en la lista hasta la actualidad).
La historia del puente se pierde en la tradición oral inca. Va ligado al camino que conectaba con el Qhapaq Ñan, el gran camino que unió los cuatro Suyos del Tahuantinsuyo inca, en una región donde se superan ampliamente los 3.700 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí, su culminación cada año se celebra con una gran fiesta, en lo que se considera una gran obra del pueblo quechua, unido para perpetuar lo que ahora es admiración de todo el planeta (de hecho, los primeros pueblos que crearon el puente trabajaron juntos sin compartir el mismo idioma, toda una proeza).
El material con el que se crea es el ichu, un pasto natural que abunda en las altiplanicies andinas y que, además de para la confección de fibras textiles, se usa como pienso para el ganado. De un color crudo, sus trenzados artesanales recuerdan al de las sogas que se usan en el mundo de los pescadores, y su dureza y valía se ha demostrado durante siglos.
Lo habitual para visitarlo es mediante una excursión programada que parte de la ciudad de Cusco. No se encuentra demasiado cerca, por lo que nos llevará todo el día entre el desplazamiento (ida y vuelta) y la visita en sí. Eso sí, a cambio, además de admirar la maravilla de la ingeniería inca, será posible conocer de cerca la diversidad de la flora y fauna del cañón del Apurímac, así como el pueblo de Yanaoca, desde donde volveremos a Cusco con, seguro, la cámara llena a rebosar de fotos y, por qué no, unas cuantas trenzas de ichu de recuerdo, que habrán tejido para nosotros los habitantes de los mismos pueblos que, desde hace siglos, teje un puente cada año, durante el mes de junio.
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Turismo de Perú