Oceanía
Más de 100.000 años de hace que los glaciares tallaron uno de los paisajes más fascinantes del Hemisferio Sur: los de Fiordland, la región de los fiordos de Nueva Zelanda, una pequeña Noruega en las antípodas del país escandinavo y que maravilla con la misma intensidad que los del Ýrtico. Cascadas de cientos de metros de altura hacen caer el agua a un mar completamente negro y la selva virgen sigue intacta en las montañas, ajenas al paso del tiempo. Es una región donde, además de fiordos, se encuentran lagos de aguas brillantes y montañas escarpadas de granito. Sede del Parque Nacional de Fiordland, se trata de una zona declarada Patrimonio de la Humanidad. Aquí se encuentra lo que Rudyard Kipling describió como “la octava Maravilla del Mundo”: el fiordo de Milford Sound. Con 16 kilómetros de longitud, se puede visitar en barco o en aeroplano. Los maoríes creían que había sido formado por la acción de un titán y las montañas escarpadas son de tal belleza que es imposible no quedarse boquiabierto ante la belleza del paisaje. Un escenario alpino que, además, es el único que, si se quiere, se podría recorrer en coche de todos los fiordos de la zona. Eso sí, hay que tener en cuenta que la Milford Road obliga a conducir un mínimo de dos horas para recorrerla. El Sutherland Falls, la segunda cascada más alta de Nueva Zelanda, será el fin de esta ruta. Con una caída de agua de 580 metros, consta realmente de tres saltos, con una media que supera los 56 grados de inclinación. Algunos de los fiordos se pueden explorar en kayak pero si desea ver los fiordos menos accesibles hay que contar con la ayuda de agencias locales especializadas. En esos paseos se podrá disfrutar de la contemplación en su hábitat natural de delfines y focas, ciervos e incluso kakapos, el único loro no volador en el mundo, o el famoso kiwi neozelandés.