América Norte
Una singular zona, no solamente es lugar de paso de viajeros sino también de turistas que acuden a ella por el placer de ver este icono, al que ha contribuido en gran manera el cine. Cada día la visitan la friolera cifra de más de 500.000 personas, y la mayoría ni siquiera coge uno de los 300 trenes que salen a diario de sus andenes. Será la necesidad de soterrar las vías de los trenes a vapor, que circulaban por áreas muy pobladas de la ciudad, la que llevará a modernizar la ya existente Grand Central Station. En 1902, dos magnates de la adinerada familia Vanderbilt se harán cargo de su remodelación e invertirán 80 millones de dólares. Por supuesto no escatimaron en gastos ni lujos. La obras comenzaron con la demolición de la antigua estación y la construcción de una de grandes dimensiones. Se soterraron las vías de tren en dos niveles, introdujeron la electricidad y todo ello envuelto por un majestuoso edificio. Con un exterior clásico y un interior deslumbrante gracias a su enorme vestíbulo recubierto de mármol rosa de Tennessee, su altura de más de 38 metros, sus grandes ventanales que tamizan los rayos del sol y, por supuesto, sus famosas escaleras tan utilizadas en las películas. Diez años más tarde, a pesar de nos estar terminada del todo, el día de la inauguración de esta nueva terminal pasaron por ella más 150.000 personas. Un siglo después sigue siendo tan concurrida como entonces. Viajeros y turistas deambulan entre sus tiendas, bares y restaurantes como el Oyster Bar, una elegante tasca ferroviaria con más de 100 años a sus espaldas y que resiste a la competencia de los locales de comida rápida. Ya lo dijo el prestigioso periodista, Tom Wolfe: “Cada gran ciudad del mundo tiene su gran estación pero la más grande, la más gloriosa de todas es, sin duda, Gran Central Terminal”. No le falta parte de razón, ya que es todo un referente en esta Gran Manzana que se reinventa día a día, una joya arquitectónica en la que los trenes ocupan un segundo término.