ESTÁ EN ALASKA
Ya hemos visto cómo en Alaska las distancias hacen muy complicadas las comunicaciones y los viajes, ya que entre punto y punto pueden transcurrir muchas horas de camino sin pasar por pueblos, fondas o algún tipo de gasolinera o restaurante de carretera. De hecho, esto se complica en invierno, cuando sus caminos se vuelven aun más peligrosos por culpa de las inclemencias del tiempo, lo que hace de carreteras como la Ruta 11 la más complicada del mundo.
Con el objetivo de facilitar las comunicaciones y servir de lugar de parada y diversión, en los años 60 del siglo pasado se aprueba la idea de crear allí en Alaska el que sería el iglú más grande del mundo, un edificio bautizado como Igloo City, en un punto que carece de cualquier tipo de asentamiento humano a 30 kilómetros a la redonda, por lo que no podía ser más perfecto tanto como apeadero como para quienes buscan destinos de aventura en pleno contacto con la naturaleza virgen.
El complejo, además del gigantesco iglú, cuya función era servir de hotel, se completaba con una gasolinera y varias casas de administración. Sin embargo, ninguna de esas infraestructuras llegó a funcionar. Fueron abandonadas a muy poco de la inauguración, de ahí que se haya transformado todo en un pequeño lugar fantasmagórico en medio de las montañas nevadas, y una parada obligada para los conductores pero no por poder descansar allí, sino para hacer fotos de uno de los lugares más pintorescos de Alaska.
El problema fue la propia edificación. Cuando comenzaron a construirla, en 1970, no se hizo con los nuevos estándares de la época, lo que obligaba a las empresas encargadas a rehacer prácticamente todo el proyecto, que ya estaba muy avanzado. La nueva tarea obligaba al derrumbe de varias infraestructuras y un sobrecoste que no se quiso asumir, lo que motivó que los encargados del complejo lo abandonaran, dejando el edificio a su suerte, a merced de las inclemencias meteorológicas.
Esto es lo que ha provocado que hoy, más de cuarenta años después, sea un lugar peligroso para entrar en él. El hormigón blanco de la estructura ya no es reluciente y permite ver grietas. Por dentro, muchas de las maderas que conformaban el esqueleto de la estructura se han podrida, o están a la vista, y subir a su cuarto piso, el último, es toda una osadía mortal.
Además, el propio lugar en sí no es para andarse con bromas. Está junto a bosques en los que viven manadas de lobos y osos, en plena libertad, y no hay guardabosques a mano para defendernos de ataques así como así. En invierno, las nevadas llegan a crear mantos de nieve de más de metro y medio de espesor, lo que dificulta mucho el andar por la zona. Algunos incluso afirman que el hotel es el refugio de muchos animales durante esos meses.
Eso sí, cuando la nieve se retira, es uno de los lugares abandonados más fotografiados por los curiosos que circulan en la carretera George Parks, la número 3 estatal, entre Anchorage y Fairbanks.
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Turismo de Alaska