Asia
El esplendor del Imperio Persa es palpable en los numerosos restos arqueológicos que llenan los alrededores del Tigris y el Eúfrates, y sobre todo el territorio que hoy conocemos como Irán. Allí se encuentran cuatro tumbas que fascinan a viajeros y arqueólogos: la necrópolis de Naqsh-e Rustam, escavada en la roca, elevada en el centro de una gran montaña. Se trata de un conjunto de tumbas llamadas a ser el reposo de los antiguos reyes aqueménidas Dario I, Artajerjes I, Jerjes I y Dario II; además de otros que no llegaron a ser sepultados allí por quedarse inconclusas. En escala, las dimensiones de las tumbas son parecidas a las de sus palacios durante su vida terrenal, una opulencia que hace aún más fascinante si cabe el explicarse cómo fue posible en aquella época escavar la roca con tanta precisión y maestría. Las tumbas fueron saqueadas después de la conquista del Imperio Aqueménida por Alejandro Magno, pero la belleza de contemplarlas ya es suficiente riqueza. Llegar no es sencillo. Están situadas a 3 kilómetros al noroeste de Persépolis, la antigua capital del Imperio, a la que se llega previa escala en Shiraz, actual centro neurálgico de la región y que cuenta con un aeropuerto internacional (es posible volar aquí desde Estambul y Doha, además de desde Teherán). Por otro lado, si se dispone de mucho tiempo y ganas de aventura, también está la opción de viajar por carretera desde Teherán, siguiendo la ruta 65. Y ya que estamos allí, imposible marcharse sin visitar la 'Puerta de todas las naciones', o Puerta de Jerjes, construida por Jerjes I, hijo de Darío en el 475 a. C.; o el antiguo palacio, del que aún se pueden ver 13 de las 65 columnas que lo conformaban, resistiendo el paso de la historia convulsa de Irán. El destino, sin duda, merece la pena.