Europa
Alrededor de una hora es lo que se demora el barco en llegar desde Igoumenitsa, el puerto de Grecia continental más cercano. La mitad, si se elige Corfú de punto de partida. Son los únicos métodos para llegar a nuestro destino: la isla de Paxos, la segunda en importancia del Jónico heleno y toda una desconocida para el turismo de masas. Afortunadamente, porque es precisamente la tranquilidad y la relajación que se consigue allí uno de sus mayores atractivos. Dicen los lugareños que el mejor momento del día es al caer al sol, tomando una copa de Ouzo en alguna de las tabernas de Gaios, el pueblo principal, cuando los turistas que acudían a pasar el día a las playas ya se han marchado. Ir expresamente hasta aquí para un chapuzón podría parecer una locura, pero se entiende cuando se pisan playas como Soulanena, Kloni Gouli, Gianna o Kipiadi, esta última accesible sólo a pie o en barca. Y es que estamos hablando de lugares paradisíacos, donde el agua turquesa y la arena fina de inmaculado resplandor rivaliza con acantilados espectaculares, bosques mediterráneos, puertos llenos de historia y cuevas refugio de piratas turcos. En el puerto de Gaios se encuentran algunos de los restaurantes tradicionales más afamados de marisco y pescado. Desde allí, en la misma bahía, o antes de llegar si se navega desde el norte, es posible visitar dos pequeñas islas: Panayia, con un impresionante monasterio blanco que solo abre sus puertas cada 15 de agosto, y Agios Nikolaos, con dos pequeñas iglesias y un antiguo fuerte veneciano de 1423. Otro rincón que destaca por la gastronomía es Lakka, un puerto al norte de la isla que rivaliza con Gaios. Con forma de herradura, su belleza es digna de una postal. Aunque, la verdad, todo Paxos lo es, y que se mantenga así durante mucho, mucho tiempo...