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RECUERDOS COLONIALES EN INDIA

Pondicherry. La curiosa ciudad afrancesada en el medio de la India

Una antigua colonia gala que muestra la influencia francesa en el estado indio de Tamil Nadu.
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India, un universo complejo, lleno de contradicciones, en el que tienen cabida varias indias. El norte, con sus imponentes monumentos arquitectónicos y los estados meridionales más rurales, aunque ambas siguen unas mismas pautas: su estética con esa amalgama barroca, la alegría de vivir de sus gentes, la espiritualidad que se remonta milenios, ese aparente caos aunque todo esta dentro de su perfecto orden.

Una India que está cambiando aunque a su ritmo, pero que aún no ha perdido su esencia, su capacidad de sorprendernos. Un país de contrastes donde se entremezclan tradiciones milenarias junto a tecnologías avanzadas en algunas ciudades.

Sorpresas, como las que encontraremos en el estado de Tamil Nadu, donde la devoción a los dioses Vishnú y Ganesh, es más potente que en otras zonas del país. Sus fascinantes templos de piedra y la calidez de sus gentes sencillas que mantienen sus tradiciones debido, quizá, a que la influencia británica aquí fue menor.

Y hablando de sorpresas, a 150 kilómetros de la capital, Chennai, nos encontramos con la metrópoli costera de Pondicherry. Una ciudad francesa, sí francesa, dentro del continente indio.

Encantadora y curiosa, con una potente influencia gala gracias a que una colonia se estableció en la zona a comienzos del XVIII. El asentamiento fue establecido por ser un estratégico enclave comercial y permaneció en la zona hasta 1954, cuando volvió a formare parte del territorio indio.

Una urbe originariamente partida en dos por un canal que la dividía. La Ville Blanche, zona en la que residían los ciudadanos franceses y la Ville Noire, donde habitaba la población india.

Una carga colonial que se intuye por sus rincones. Llaman la atención sus barrios con edificios de arquitectura colonial, aprovechada en algunos casos para reconvertirse en acogedores hoteles y sus agradables restaurantes con una cocina con toque francés. Recuerdos de ese pasado que se aprecian al caminar por el antiguo barrio francés o el jardín botánico. Detalles como los uniformes de la policía local que reflejan la bandera tricolor en la gorra y el cinturón o que los conductores de rickshaws hablen francés.

Hay que caminar sus calles para palpar la vitalidad de esta ciudad. Están abarrotadas de los bulliciosos bazares. En especial, al atardecer es casi obligatorio darse una vuelta por el paseo marítimo, uno de los más hermosos del país, repleto de gente que se anima a darse un baño en el mar para soportar mejor el calor, aunque lo hagan vestidos. Eso sí, es un paseo aderezado con el trajín de los vendedores ambulantes de comida.

La ciudad que recuerda algunas de nuestras zonas costeras pero en armonía con las construcciones tamiles de sus templos. Ha logrado mantener esta curiosa simbiosis. Un estilo de vida mediterráneo que sobresale en el omnipresente telón de fondo indio.

Curioso también es encontrarnos aquí con uno de los centros de meditación más famosos del continente, el Ashram, fundado en 1926 por el filósofo religioso Sri Aurobindo y su compañera espiritual, Mirra Alfissa, una mujer francesa más conocida como “La Madre”. Un centro de espiritualidad que recibe todos los días la visita de sus seguidores o los curiosos occidentales y será el germen para la posterior construcción de Auroville, a las afueras de la ciudad.

Creada en homenaje a Sri Aurobindo, se concibió como un experimento de convivencia internacional en el que se impartirían las enseñanzas de La Madre. Un centro de meditación diseñado como una mandala con un núcleo central, el Matrimandir, una extraña estructura que parece una gigantesca bola de golf dorada.