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PAISAJE FANTASMA EN MEDIO DEL DESIERTO

La soledad del sobrecogedor cementerio de trenes del Salar de Uyuni

Varios trenes, con sus locomotoras y vagones, esperan parados desde hace décadas que la erosión del desierto boliviano les borre para siempre. Con ellos, caerá en el olvido la que fuera una zona minera rica en plata y la primera línea férrea del país andino.
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Quien más, quien menos, todos hemos visto alguna de las impactantes imágenes de los barcos de pesca que faenaban en el que fuera rico en peces mar de Aral. Hoy apenas es un espejismo de lo que era. Con su cuenca oriental completamente seca, apenas se llega al 10 % de lo que fueron 60.000 kilómetros cuadrados de lago de agua salada. Así, los antiguos puertos hoy se han reconvertido en cementerio de barcos, grandes objetos de madera y hierro que parecen posar para el fotógrafo mientras el desierto los va erosionando poco a poco.

Al otro lado del planeta, en el desierto boliviano del salar de Uyuni, la imagen se repite con otro medio de locomoción: el tren. El final irremediable de las locomotoras y vagones de este lugar no se debe a ningún proyecto de irrigación, como en Asia Central, pero sí tiene en común al culpable mayor: la codicia que esquilma los recursos hasta agotarlos. Esta es la historia del cementerio de trenes más impactante del planeta.

El pueblo de Uyuni se encuentra en el extremo suroeste de Bolivia, en el Estado de Potosí. Dada su cercanía a los Andes, la comunicación entre el interior de Bolivia y el Departamento de Atacama, la región costera del país, pasaba obligatoriamente por allí. Es por ello que no podía ser en otro lugar donde se construyera el primer ferrocarril del país, el que unía la costa del Pacífico, concretamente la ciudad de Antofagasta, con Uyuni. Las ricas minas de plata de Pulacayo (a 10 km. de la ciudad) y Oruru necesitaban de un transporte rápido y seguro para cargar cuanto antes en el puerto el mineral extraído.

Tras la Guerra del Pacífico, Chile se anexionó el Departamento de Atacama, dejando desde entonces a Bolivia sin salida al mar. Además, también se anexionó las provincias peruanas de Arica y Tarapacá. Hoy las tres siguen perteneciendo a Chile.

Al mismo tiempo, la capacidad minera de los depósitos de plata de Huanchaca fue decayendo hasta desaparecer. Esto no solo dejó sin recursos a los nativos, sino también hizo huir a todos los que invirtieron en la región. Poco a poco, todo fue languideciendo, dejando en manos del desierto del Salar de Uyuni la difícil tarea de ir borrando poco a poco la huella del trabajo de cientos de mineros durante décadas. No fue el único vestigio, pues al otro lado de la cordillera, en Chile, cerca de Antofagasta, se encuentran las Ruinas de Huanchaca, hoy Monumento Histórico Nacional, y que no es otra cosa que la antigua fundición de la Compañía Minera de Huanchaca de Bolivia.

La imagen de los trenes de mercancías varados en las antiguas vías de ferrocarril, oxidados mientras el viento los azota día tras día es desoladora y, al mismo tiempo, interesante. Única por su situación, perfecta para fotografías imposibles en otro lugar del planeta. El rojo del óxido de algunos vagones se funde con el de la arena. Las piezas se reparten por kilómetros, mientras cada vagón se va desvencijando poco a poco.

Es como si el lugar estuviera maldito. No en vano, hace unos 40.000 años, el área estaba cubierta por el lago Ballivián. Hoy, en cambio, hay aproximadamente once capas de sal, con espesores que varían entre los dos y diez metros. La costra de la superficie, con capas de salmuera superpuestas, tiene un espesor de 10 metros y se ha calculado la profundidad del salar en 120 metros. Parece que el destino no quiere que la vida crezca en este rincón del planeta.

Más información:
Turismo de Bolivia