Europa
Tiempos en los que la gente se echa a la calle, oculta sus rostros tras una máscara, se come y se baila al ritmo que cada uno se marca. Tiempos de irreverencia en los que la formalidad brilla por su ausencia. Tiempos de una celebración que hunde sus raíces en el devenir de la Historia. Un maremoto carnavalesco recorrerá los países europeos. Rijeka, Sicilia, Colonia, Niza, Tenerife…. El carnaval de Binche no es tan famoso como el de Venecia o Río pero sí uno de los más importantes de Bélgica, junto con el de Aalst, y tiene el privilegio de ser considerado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Su origen se remonta al 1593, cuando los Países Bajos pertenecían a la corona de España. María de Hungría, hija de Felipe el Hermoso y gobernadora de estos territorios durante el reinado de su hermano Carlos V fijó en esta ciudad valona su residencia oficial. Una urbe medieval protegida por un recinto amurallado, con interesantes edificios arquitectónicos como el Ayuntamiento cuya torre o Beffroi es también Patrimonio de la Humanidad Para agasajar la visita su hermano y su hijo, el futuro Felipe II, organizó una ostentosa fiesta. Siete días de banquetes, música, fiesta y fuegos artificiales. Todo esfuerzo era poco para agasajar y deslumbrar a la corte española. El protagonista del carnaval gira en torno a la figura del “Gille”, que recuerda la vestimenta de los españoles conquistadores de las Américas. Para los habitantes de esta ciudad es un honor ser un gille y cualquiera que se precie deberá ir provisto de coloridos trajes rellenos de paja para aportar volumen, cinturones decorados con siete campanillas y un cascabel, una máscara de cera que recubre su rostro y como colofón unos llamativos sombreros elaborados con plumas de avestruz. Una puesta en escena que nos recuerda a una especie de combinación entre arlequín, pierrot y campesino. Los gilles recorren las calles tocando el tambor y agitando palos para alejar a los malos espíritus. El momento cumbre se produce cuando se lanza al público una lluvia de naranjas con el fin de estimular la fertilidad, según cuenta la tradición. Como complemento, en un antiguo colegio de los Agustinos, se puede visitar el Museo del Carnaval y de la Máscara creado por Samuel Glotz, interesado en preservar la herencia cultural de su ciudad través de sus manifestaciones artísticas y rituales.