África
Para el viajero del siglo XIX, Egipto era destino obligado para los que querían vivir una experiencia llena de romanticismo y exotismo. Atraídos por su halo de misterio era una experiencia de lo más emocionante. Los precursores fueron ni más ni menos que Cleopatra y Julio César que, bastantes siglos atrás, realizaron una travesía por el Nilo para celebrar su victoria en la guerra de Alejandría. Estos enamorados disfrutaron de varios meses de placer sin embargo los viajeros más contemporáneos gracias a los avances modernos y la aparición de los barcos a vapor vieron reducido su recorrido a varias semanas y actualmente suele durar una. Aún así, sigue siendo un destino que mantiene su hechizo en parte gracias a su principal protagonista, el río. La mayoría de los trayectos se realizan entre Luxor, la antigua y todopoderosa Tebas epicentro del poder de los faraones, y Aswan, una ciudad comercial del desierto junto a la primera catarata. Entre estos dos puntos queda tiempo para disfrutar desde la cubierta del barco de los pueblos de cabañas de barro y de los campos de cultivo que salpican la ribera entre frondosos palmerales. Observar la pequeña franja de tierra tras la que se extiende el atroz desierto. Un escenario atemporal como si los nuevos tiempos no hubieran hecho mella en él. Alternar el sosiego con excursiones a sus antiguos templos, palacios, tumbas y colosales estatuas que nos desvelan los secretos de una de las civilizaciones más sofisticadas de la Antigüedad. Como broche final, no podemos abandonar Egipto sin acercarnos a los dos templos de Abu Simbel. En 1956 se tomó la decisión de construir la presa de Asuán para controlar las crecidas del Nilo. Para evitar que los templos de Ramsés II y Nefertari quedasen sepultados por las aguas fueron desmontados piedra a piedra, trasladados a orillas del lago Nasser, y rearmados gracias a una monumental obra de ingeniera. Una tarea complicada pero que mereció la pena para que el mundo se siga maravillando con su belleza.