COSTA DE LA LUZ
Aun se eriza el vello cuando muchos recuerdan la primera vez que vieron ponerse el sol en El Palmar. Les habían hablado de esa playa fantástica en la provincia de Cádiz, a un paso del pueblo de Conil, virgen gracias a una especial protección medioambiental, pero no estaban preparados para lo que se les avecinaba a eso de las nueve de la noche de un día cualquiera de julio. Claro que esa jornada no iba a ser, nunca jamás, una cualquiera...
Y es que la escena es tan hermosa que haría palidecer al mismo Stendhal. El cielo se vuelve de un naranja que asusta, con tonos que empeizan a volverse violetas, azules, grises... mientras el amarillo, resistiéndose a desaparecer del todo, lucha, por segundos más brillante, jugando con el naranja, con el océano que quiere engullir al Astro Rey. Pero todo será inútil, porque, finalmente, un haz rojo, carmesí como la sangre, será la señal de que, una vez más, la noche le ha ganado la partida. Y así, en tono literario, volverá a ser al día siguiente. Y al otro. Y al otro... Pero dará igual, porque es de las pocas escenas que no nos importa que se repita, porque engancha, porque llevamos todo el año contando los días para reencontrarnos con ella.
Es por ello que en El Palmar es difícil que la playa se abandone a media tarde, del mismo modo que se llegue a las cinco o a las seis, con más ganas de ver el atardecer con un buen cóctel en la mano que el darse un chapuzón. El magnetismo obliga, la belleza de una naturaleza que no se doblega a un turismo que ha cambiado mucho el lugar, pero no hasta el punto de que no se reconozca. Y a eso ha ayudado un respeto por la playa que no siempre se encuentra.
En El Palmar hay pocos chiringuitos, y la mayoría de los locales y negocios se encuentran en el destartalado carril de acceso que va paralelo a la playa. Claro que llamar tiendas a esas casas o caravanas a medio camino entre la chatarra y la demolición es darle un caché que no existe. Precisamente porque en invierno, cuando no hay apenas turismo, la naturaleza vuelve a ser lo único que domine la zona. Junto al viento, claro, el mismo que cuando sopla Levante mata las vacaciones de muchos que apenas pudieron cogerse una semana y que ven cómo sus posibilidades de disfrute se ciñen a los daiquiris de mil sabores con aire hippy de los bares del carril.
Pero da igual, porque si no se puede bañarse uno en los varios kilómetros de arenal que van desde Conil hasta el faro de Trafalgar, en un terreno que pertenece al municipio de Vejer de la Frontera (Cádiz), quedan muchas satisfacciones que cumplir.
Al contrario que Caños de Meca, El Palmar de Vejer es una playa que se ha mantenido bastante intacta. Si bien es cierto que la imagen que ofrecía en los 80, sin casas y con apenas algunas familias acampadas y pequeños grupos de naturistas, ya no existe, eso no quiere decir que no haya aun amplias zonas para practicar el naturismo, así como dunas perdidas, varios centenares de metros de arenal (bastante ancho, además) casi solitarios (los más alejados de los aparcamientos improvisados) y mucho espacio para surf, windsurf... y para bañarse, jugar con nuestra mascota, pasear con amigos, asustarse con una marea que sube a una velocidad de vértigo, llenarse la piel de salitre... esas pequeñas cosas que, cuando uno las recuerda, mucho después, a kilómetros de distancia, obligan a reprimir una lagrimilla.
Y es que en El Palmar, como en ningún sitio. Especialmente, a la puesta de sol.
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Turismo de Vejer