EXTORSIÓN Y VIOLENCIA EN EL TRIÁNGULO NORTE DE CENTROAMÉRICA

Moviendo los hilos del tráfico de personas, drogas y armas: cuando el poder de Centroamérica queda en manos de las maras

Una vez entras, no puedes salir. Si lo intentas, probablemente acabes muerto. Si continúas dentro, ya sea voluntaria o involuntariamente, te espera una vida dedicada al chantaje, la extorsión, la tortura y el asesinato. Son las consecuencias de pertenecer a una mara; es decir, ser miembro de una organización criminal que en los últimos años ha cobrado notoria relevancia en los mercados del narcotráfico, el tráfico de personas y armas y el blanqueo de dinero.

Miembros de maras encarcelados en CentroaméricaArchivo

Su presencia se ha vuelto una pesadilla en muchas partes del mundo (hay más de 100.000 miembros registrados a nivel internacional), pero especialmente en el Triángulo Norte. Allí, estas pandillas se han convertido en uno de los principales problemas en materia de seguridad de los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala. Los abusos y la violencia se han tornado escena cotidiana en los países centroamericanos. Pero ¿qué distingue a un marero o miembro de un grupo callejero frente a otras organizaciones criminales?

Los tatuajes, los colores, la ropa y los grafittis, entre otros, son identificadores de lealtad para con su grupo, si bien el exhaustivo control y vigilancia de los mismos que están haciendo las autoridades ha provocado que cada vez luzcan menos su simbología identitaria para evitar ser detenidos. Para entrar en ellos, tienen que pasar por lo general un estricto ritual que demuestre su fiabilidad y fidelidad futura. Esto es, desde ser sometidos a una brutal paliza de hasta un minuto perpetrada por varios miembros de ese mismo grupo hasta adentrarse en territorio del enemigo (por lo general, otra mara o banda callejera) y asesinar a uno de ellos. Se comunican mediante gestos y símbolos, y se han convertido en serio peligro a nivel internacional.

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Es tal el poder que sostienen en muchas áreas urbanas y suburbanas que la Policía y las autoridades no tienen prácticamente posibilidad de enfrentarlos y asegurar la zona de conflictos. El Salvador cerró 2016 con un total de 5.278 homicidios, una media de 14,4 al día; en Honduras, el año acabó con una cifra algo menor: 5.154 asesinatos, 14,1 diarios; y en Guatemala, con 4.520 homicidios, se resuelve en una media de 12,3 al día.

Se da la paradoja, según cuenta un informe de 'Demoscopia S.A.', de que la instalación de maras en innumerables barrios de los países del Triángulo ha generado, de forma obligada, conexiones interpersonales entre pandilleros y personas ajenas a los grupos organizados ubicados allí. El 17% de vecinos en Honduras, el 19% en Guatemala y el 41% en El Salvador declararon ser amigos de los miembros de diversas pandillas. "La respuesta emotiva, generalmente, es una mezcla de temor y compasión", refleja el documento.

En cualquier caso, la única salida que tienen aquellos que buscan no implicarse ni convivir con esta escala criminal que ha aumentado de forma notable en la última década es huir del país. Pero esto supone incluso un calvario de mayor envergadura hasta llegar a otros territorios libres de maras, referido a las rutas de inmigración que toman los habitantes de centroamérica y que están controlados en su mayoría por maras y otros grupos pandilleros dirigidos por los cárteles mexicanos.

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En él último año, los países centroamericanos han intentado blindarse contra las maras y los narcos con la puesta en marcha del 'Plan Fortaleza', con el que pretenden reforzar la seguridad de las fronteras frente el crecimiento exponencial del narcotráfico y la trata de personas. Este intento de protección desenfocado, sin embargo, no ha logrado reducir el flujo migratorio en la frontera que divide Guatemala y México. Y no son pocos los que intentan dejar atrás Centroamérica.

En concreto, son más de 400.000 los inmigrantes que intentan pasar de forma clandestina a su último obstáculo antes de llegar a Estados Unidos, y es un precio descomunal el que deben pagar si quieren llegar hasta allí, o, al menos, mantenerse con vida el máximo tiempo posible. La frontera hacia México supone uno de los grandes negocios de las maras, que aprovechan ese resquicio de desesperación humana para manipularlos a su antojo. Sólo en este punto, los inmigrantes pueden ser saqueados, secuestrados, torturados o asesinados.

La misma situación sufren los que intentan alcanzar México a través del río o el mar. Hacinados en barcazas de una fragilidad casi mortal, tendrán que pagar precio desorbitado en algunos casos para llegar a orillas de estados como Chiapas u Oaxaca. También durante la travesía podrán ser extorsionados, torturados o arrojados a las aguas del pacífico. En el mejor de los casos, los migrantes serán cargados con fardos de droga para introducirla en el territorio mexicano, tanto por tierra como por mar.

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Adentrados en el país azteca, el peligro no es menor. Las bandas callejeras controlan muchos de los puntos de parada de las rutas que usan los centroamericanos para llegar a Estados Unidos. Entre ellas, sino la que más, por codicia, las zonas por las que pasa 'La Bestia', ese tren al que muchos denominan el 'devorainmigrantes'. Entre cientos y miles de personas suben en una torpe combinación de velocidad y agilidad para subir a un convoy dominado por mafias y narcos. Allí no bastan mil ojos para prevenir el peligro.

Se cree que muchos maquinistas están compinchados con las organizaciones criminales para frenar en puntos determinados en los que pueden subirse mareros o miembros de otros grupos para llevar a otro 'gran golpe' más. Si se da esa circunstancia, y el tren frena, se repite el 'modus operandi' de la tragedia: extorsión, secuestro y, si la cosa se pone demasiado fea para los agresores, no dudarán en matar. No es de extrañar así que un gran número de indocumentados lleguen, si llegan, en deplorables condiciones físicas y económicas a los albergues y centros de ayuda repartidos por México.

Evitar 'La Bestia' tampoco es sinónimo de seguridad. En la última década, las maras, en concreto la Mara Salvatrucha y la Mara 18, en enfrentamiento mutuo y con otros grupos, han expandido su zona de trabajo hacia el centro y el noreste del país. Han instalado en diversos puntos de la ruta del Centro y la ruta del Golfo pequeñas clicas para cortar el paso a los centroamericanos que ansían llegar al sueño americano por estos caminos. Contratados por el Cártel de Sinaloa, muchos han pasado a realizar el trabajo sucio de esta organización a cambio de determinados permisos para expandir su negocio hacia todo el norte mexicano.

Allí mantienen en la actualidad una guerra con el Cártel de Los Zetas por hacerse con el control de la frontera que divide a México y Estados Unidos. Los beneficios son altos allí, entre el tráfico de personas, de drogas y de armas. Precisamente, se han multiplicado en dichas zonas los miembros de maras que han visto en el Cártel de Sinaloa una oportunidad para actuar con mayor libertad contra sus objetivos: migrantes convertidos en blancos perfectos para ganar dinero fácil. Todo por ampliar el poder y el capital de un ejército de marginados que han decidido vivir al margen de la ley, sólo por y para las maras.