LOS SOSPECHOSOS HABITUALES
Sí, eres un genio del volante, pero seguro que cometes algunos errores al volante que te pueden salir caros. Esta es la lista que debes revisar para corregirlos.
Conducir es mucho más que girar el volante y pisar el acelerador. Es entender las prioridades, los carriles y las señales, y sobre todo, asumir que el coche no se mueve solo por arte de magia. Un fallo en una maniobra puede costarte desde una multa de 100 € hasta 500 €, y ver cómo desaparecen tus puntos del carnet más rápido que las plazas libres en Zona Azul un sábado por la mañana. Según la DGT, buena parte de los accidentes urbanos y en vías rápidas se debe a los mismos errores repetidos, esos que cometen tanto los novatos como los veteranos que creen que controlan, aunque las estadísticas digan justo lo contrario.
Entre las maniobras más conflictivas están las famosas rotondas, las incorporaciones a autovías, los adelantamientos y los cambios de carril. Que sí, que todas parecen sencillas y no nos explicamos cómo se puede liar hasta que un conductor hace justo lo que no debe: no señalizar, dudar, frenar donde no toca o meterse en un hueco imposible “porque entra de sobra”. El resultado suele ser una mezcla de sustos, pitidos y, con suerte, solo una bronca verbal, pero cuando no hay suerte, llegan las colisiones, las sanciones y los partes que nadie quiere rellenar.
Vamos con los clásicos de nuestro tráfico diario que demuestran que lo difícil no es sacarse el carnet, sino mantenerlo después.
Las rotondas concentran entre el 15 % y el 20 % de los accidentes urbanos, y casi todos por lo mismo: porque el conductor español tiene una relación complicada con los intermitentes. Señala tarde, confunde derecha con izquierda (y eso que muchos crecieron con Espinete) o directamente piensa que son un adorno del coche, y eso provoca más sustos que un radar nuevo en la M-30. La sanción de 200 € por no señalizar puede doler, pero no tanto como el golpe lateral que te llevas por no avisar (De 1.500 € no te va a bajar la reparación).
Otro clásico es entrar por el carril equivocado o salir desde el interior sin pasar antes al exterior. Eso genera bloqueos, frenazos y un caos digno de glorieta francesa, pero con más claxon (aparte de más golpes laterales). Muchos aún creen que pueden “ir recto” por la rotonda, como si fuese una calle circular con preferencia propia, y otros la toman como un circuito de velocidad improvisado, multiplicando las probabilidades de perder el control o llevarse por delante a una Vespa.
Luego están los que no ceden el paso, los que adelantan dentro de la glorieta o cambian de carril sin avisar. En resumen: todo lo que la DGT repite desde hace veinte años en los anuncios. La regla de oro sigue siendo la misma de siempre: baja la velocidad antes de entrar, elige el carril adecuado según la salida que vayas a tomar, mira los espejos, señaliza con tiempo y respeta la prioridad de paso. No es tan difícil, pero parece que a algunos les da alergia hacerlo bien.
Las incorporaciones mal ejecutadas son responsables de hasta un 10 % de los accidentes en autopistas. Todos hemos visto un coche se lanza desde el carril de aceleración a velocidad de abuela mientras los demás vienen a 120, confiando en que le dejarán hueco, y cuando no hay hueco, llegan los frenazos, los volantazos y los improperios por la ventanilla. Entrar demasiado lento o demasiado rápido, sin ajustar la velocidad al tráfico, es la receta perfecta para acabar en el arcén.
La indecisión también es un clásico: los conductores que frenan dentro del carril de aceleración, que se detienen del todo o que directamente se quedan sin espacio. Si a eso le sumas los que ni miran los ángulos muertos, tienes un cóctel de riesgo explosivo. La clave está en anticiparse, usar los espejos, señalizar con antelación y adaptarse al ritmo de los demás, sin pensar que el resto de la autopista se va a adaptar a ti.
También están los valientes que se lanzan sin mirar, cambian de carril sin avisar o se incorporan de cualquier manera. La incorporación segura no tiene misterio: acelera progresivamente hasta igualar la velocidad del tráfico, revisa el entorno y entra solo cuando haya espacio real, no imaginario. La autopista no es una prueba de fe.
El adelantamiento mal hecho sigue siendo uno de los errores más letales al volante, responsable del 5 al 10 % de los siniestros mortales. Suele pasar por mal cálculo: no hay visibilidad, no hay distancia o simplemente no hay sentido común. Algunos lo intentan en curvas, intersecciones o pasos de peatones, como si la línea continua fuese una sugerencia estética, y las consecuencias pueden ir de una multa de 500 € a seis puntos menos en el carnet… o algo mucho peor.
A menudo el problema no es la maniobra en sí, sino cómo se hace: no señalizar, no mirar retrovisores ni puntos ciegos o dudar justo en mitad del adelantamiento. Es el cóctel perfecto para un susto mayúsculo. Adelantar bien no requiere ser piloto: basta con elegir el momento, tener visibilidad y volver al carril derecho en cuanto se pueda. Ah, adelantar a tres coches seguidos en una nacional no te convierte en un héroe, solo en alguien con mucha suerte y poca cabeza.
Con los cambios de carril pasa lo mismo que en las rotondas: hacerlo sin intermitente, sin distancia o con brusquedad provoca roces, frenazos y tráfico denso. Señaliza siempre, comprueba espejos y puntos ciegos, y hazlo con suavidad. Que los demás sepan lo que vas a hacer no es cortesía, es supervivencia.
Al final, todos estos errores tienen un patrón común: las prisas, el exceso de confianza y la falta de atención. Nos creemos que conducir bien es ir rápido, pero la verdadera habilidad está en anticiparse, leer la carretera y no depender de la suerte para llegar enteros. Cada vez que alguien entra a una rotonda sin mirar o se lanza a una autopista sin calcular la velocidad, está jugando su propia versión de la ruleta rusa del tráfico.
Así que, la próxima vez que te subas al coche, deja la soberbia en casa y lleva contigo algo más útil: tu sentido común. Señaliza, mira, espera, respeta. No lo hagas solamente por evitar multas o conservar puntos, sino porque un simple gesto marca la diferencia entre seguir conduciendo o acabar rellenando un parte con cara de idiota.