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UN ESTUDIO DE SCIENCE DIRECT

¿Qué es más peligroso: conducir deshidratado o bajo los efectos del alcohol?

El 43% de los conductores reconoce que afronta los viajes más largos sin haberse provisto de los líquidos necesarios.

A estas alturas, todos los conductores saben que conducir bajo los efectos del alcohol es tan ilegal como peligroso. Ponerse al volante habiendo ingerido la más mínima cantidad de esta sustancia afecta a nuestras capacidades, pero ¿qué ocurre cuando nos subimos al coche sin estar correctamente hidratados? ¿Es más o menos arriesgado?

Con la llegada del buen tiempo y la subida de las temperaturas, la compañía británica Leasing Options ha elaborado un informe sobre las consecuencias que tiene la deshidratación en la conducción. Según las autoridades sanitarias, la cantidad de agua diaria recomendada para una persona adulta oscila entre 1,5 y 2 litros… pero no todo el mundo cumple esta premisa. A nivel europeo, el 55% de los conductores se queda por debajo de ese listón y el 43% reconoce que afronta los viajes más largos sin los líquidos necesarios.

El calor puede desgastar los interiores de nuestro vehículo | Freepik

Las consecuencias de la deshidratación

Aunque no lo parezca, la deshidratación puede tener efecto en las habilidades de nuestro pensamiento crítico, en el estado de ánimo y, en general, en la salud. Una caída de tan sólo el 1% puede afectar a la funcionalidad de nuestro cuerpo: la capacidad cognitiva y el estado de ánimo se verán mermados.

La base de datos médicos y científicos Science Direct corrobora esto: una persona ligeramente deshidratada pierde la concentración mental suficiente para cometer todo tipo de errores de conducción detrás del volante. No en vano, este estado produce cansancio, mareos, aturdimiento, calambres musculares, pérdida de concentración así como dolores de cabeza.

Conductora joven | Pexels

Los resultados del estudio

Para llegar a estas conclusiones, Science Direct llevó a cabo un estudio con once conductores y un simulador de conducción que reproducía las condiciones del mundo real. Cada uno de los protagonistas afrontó tres sesiones: en la primera aprendieron a adaptarse a la representación y en las otras dos fueron monitorizados mientras llevaban a cabo un viaje de dos horas, uno hidratado y el otro sediento.

Los sensores rastreaban la actividad cerebral mientras que las cámaras controlaban a los conductores. Los resultados mostraron que cuando estaban deshidratados tendían a cometer más errores como desviarse del carril o frenar tarde. Y lo más llamativo: los casos eran similares en frecuencia a los de una persona bajo la influencia del alcohol. Eso sí, a medida que avanzaba la simulación, el estudio también detectó un incremento de fallos cuando sí estaban bien hidratados, aunque la reiteración era inferior.

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