EL DISCURSO DEL REY FELIPE VI
El mensaje navideño de S.M. el Rey Felipe VI: vuelve a ver y lee el discurso íntegro aquí
En el vídeo que acompaña a estas líneas podrás volver a ver el discurso de Nochebuena del Rey Felipe VI. Además, también podrás leer el mensaje íntegro que ha ofrecido el monarca.
Hace cinco años tuve el honor, por primera vez como Rey, de felicitaros la Navidad y de transmitiros un mensaje de afecto y buenos deseos para el nuevo año. Un mensaje también de compromiso con mi vocación de servir a España con lealtad, responsabilidad y total entrega.
Por tanto, os agradezco que me permitáis nuevamente compartir con vosotros unos minutos en esta noche tan especial. Y lo primero que quiero hacer, naturalmente, es desearos —junto a la Reina, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía— la mayor felicidad y paz en estos días en los que nos reunimos con nuestras familias y seres queridos.
Y en estas horas queremos tener un recuerdo muy especial con todo nuestro cariño para las familias y personas más afectadas y que más han sufrido –incluso trágicamente– las consecuencias de las inundaciones y las riadas que se han producido en España durante los últimos días, como lo fueron otras muchas a lo largo del año.
Se dice –y es verdad– que el mundo no vive tiempos fáciles. Quizás nunca lo sean del todo; pero los actuales son, sin duda, tiempos de mucha incertidumbre, de cambios profundos y acelerados en muchos ámbitos que provocan en la sociedad preocupación e inquietud, tanto dentro como fuera de nuestro país: La nueva era tecnológica y digital, el rumbo de la Unión Europea, los movimientos migratorios, la desigualdad laboral entre hombres y mujeres o la manera de afrontar el cambio climático y la sostenibilidad, entre otras…, son cuestiones, en fin, que están muy presentes y condicionan ya de manera inequívoca nuestras vidas.
Y junto a todo ello, la falta de empleo —sobre todo para nuestros jóvenes— y las dificultades económicas de muchas familias, especialmente aquellas que sufren una mayor vulnerabilidad, siguen siendo la principal preocupación en nuestro país. Es un hecho que en el mundo —y también aquí—, en paralelo al crecimiento y al desarrollo, la crisis económica ha agudizado los niveles de desigualdad.
Así mismo, las consecuencias para nuestra propia cohesión social de la revolución tecnológica a la que me he referido antes, el deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, y desde luego Cataluña, son otras serias preocupaciones que tenemos en España.
Ahora, después de las elecciones celebradas el pasado 10 de noviembre, nos encontramos inmersos en el procedimiento constitucional previsto para que el Congreso de los Diputados otorgue o deniegue su confianza al candidato propuesto para la Presidencia del Gobierno. Así pues, corresponde al Congreso, de acuerdo con nuestra Constitución, tomar la decisión que considere más conveniente para el interés general de todos los españoles.
Os decía al principio que no vivimos tiempos fáciles; pero también creo que, por eso precisamente, debemos tener más que nunca una confianza firme en nosotros mismos y en España, que siempre ha sabido abrirse camino cuando hemos afrontado el futuro con responsabilidad, con generosidad y rigor; con determinación, pero también con reflexión y serenidad. Y tenemos razones sobradas para tener esa confianza.
El progreso de un país depende, en gran medida, del carácter de sus ciudadanos, de la fortaleza de su sociedad y del adecuado funcionamiento de su Estado.
El pasado 19 de junio tuve el gran honor de condecorar con la Orden del Mérito Civil a 41 ciudadanos procedentes de toda España. Mujeres y hombres, mayores y jóvenes, de orígenes y condiciones diversos, que son un verdadero ejemplo de dignidad y fiel reflejo de lo mejor de nuestra sociedad.
Pude apreciar personalmente su generosidad y espíritu solidario, su capacidad de sacrificio y superación, su disposición para ayudar a los demás y anteponer el bien común a los intereses particulares, su coraje en situaciones adversas; cualidades que son expresión de las virtudes cívicas que inspiran a la inmensa mayoría de nuestros ciudadanos.
Se trata, sin duda —y me interesa especialmente resaltarlo—, de actitudes que han ido forjando paso a paso la personalidad de los españoles y moldeando nuestra sociedad actual a lo largo de estas ya cuatro décadas de democracia.
Una sociedad que ha experimentado una transformación muy profunda, como jamás antes en nuestra historia; que vive conforme a valores y actitudes compartidos con las demás sociedades libres y democráticas; que es y se siente profundamente europea e iberoamericana; y que no está aislada, sino muy abierta al mundo y plenamente integrada en la sociedad global.
Una sociedad que ha hecho frente –y ha superado– situaciones muy difíciles con una serenidad y entereza admirables, demostrando una gran resistencia y madurez. Una sociedad, en fin, emprendedora y generosa, que desarrolla una gran creatividad y un liderazgo indiscutible en muchos campos como la ingeniería, la medicina, la ciencia, la cultura, el deporte o la empresa.
Vivimos en un Estado Social y Democrático de Derecho que asegura nuestra convivencia en libertad y que ha convertido a España en un país moderno, con prestaciones sociales y servicios públicos esenciales como en educación y en sanidad; que está equipado con una gran red de infraestructuras de comunicaciones y transportes de vanguardia, y garantiza como pocos la seguridad de los ciudadanos.
Una Nación, además, con una posición privilegiada para las relaciones internacionales gracias a su clara vocación universal, a su historia y a su cultura. Quienes nos visitan, invierten aquí o deciden vivir entre nosotros, son testigos de todo ello, lo reconocen y lo destacan.
Es mucho, así pues, lo que hemos construido juntos, lo que juntos hemos avanzado. Y podemos sentirnos muy orgullosos de los valores que inspiran a nuestros ciudadanos, de la energía, la vitalidad y el dinamismo de nuestra sociedad y de la solidez de nuestro Estado. Y creo que es importante decirlo, no por una autoestima mal entendida sino porque es una realidad contrastada que debemos poner en valor.
Ante esa realidad no debemos caer en los extremos, ni en una autocomplacencia que silencie nuestras carencias o errores, ni en una autocrítica destructiva que niegue el gran patrimonio cívico, social y político que hemos acumulado. Sin duda queda mucho por hacer, por mejorar y renovar. Para ello es preciso tener una conciencia clara y objetiva de nuestras fortalezas y de nuestras debilidades; y además, tener una visión lo más realista y completa de cómo y hacia dónde va el mundo.
Todo cuanto hemos logrado —como he comentado otras veces— no se ha generado de manera espontánea. Es el resultado, en última instancia, de que millones de españoles, gracias a nuestra Constitución, hemos compartido a lo largo de los años unos mismos valores sobre los que fundamentar nuestra convivencia, nuestros grandes proyectos comunes, nuestros sentimientos e ideas.
Y de entre esos valores, quiero destacar en primer lugar, el deseo de concordia que, gracias a la responsabilidad, a los afectos, la generosidad, al diálogo y al respeto entre personas de ideologías muy diferentes, derribó muros de intolerancia, de rencor y de incomprensión que habían marcado muchos episodios de nuestra historia.
En segundo lugar, la voluntad de entendimiento y de integrar nuestras diferencias dentro del respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza. Y en tercer y último lugar, la defensa y el impulso de la solidaridad, la igualdad y la libertad como principios vertebradores de nuestra sociedad, haciendo de la tolerancia y el respeto manifestaciones del mejor espíritu cívico de nuestra vida en común.
Estos valores llevan muchos años presentes entre nosotros y constituyen una seña de identidad de la España de nuestros días; pero no podemos darlos por supuestos ni tampoco olvidar su fragilidad; y por ello debemos hacer todo lo posible para fortalecerlos y evitar que se deterioren.
El tiempo no se detiene y España no puede quedarse inmóvil, ni ir por detrás de los acontecimientos. Tiene que seguir recorriendo su camino, sin encerrarse en sí misma como en otras épocas del pasado y levantando la mirada para no perder el paso ante los grandes cambios sociales, científicos y educativos que señalan el futuro.
Los desafíos que tenemos por delante no son sencillos pero, como en tantas ocasiones de nuestra historia reciente, estoy convencido de que los superaremos. Confiemos en nosotros mismos, en nuestra sociedad; confiemos en España y mantengámonos unidos en los valores democráticos que compartimos para resolver nuestros problemas; sin divisiones ni enfrentamientos que solo erosionan nuestra convivencia y empobrecen nuestro futuro.
Tenemos un gran potencial como país. Pensemos en grande. Avancemos con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino….
Con ese ánimo y con ese espíritu, la Reina, nuestras hijas y yo, os deseamos a todos –y de manera especial a cuantos estáis lejos, trabajando y velando por nuestro país, o prestáis aquí servicios esenciales en estas horas– muy felices Pascuas y todo lo mejor para el Año Nuevo 2020.