¿Y AHORA QUÉ?

Franco se va del Valle, que no de España

Dos son las preguntas inherentes a la exhumación de Franco: qué va a pasar con el Valle de los Caídos y la herencia del franquismo. El historiador Ángel Viñas y el periodista Isaías Lafuente analizan el futuro del monumento de Cuelgamuros.

Decía Jaime Gil de Biedma que de todas las historias de la historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal. Pero ¿por qué terminó mal? ¿En qué punto nos dimos cuenta de nuestra derrota? ¿Sigue la historia de España terminando mal? Está por ver. De momento, no deja de ser curioso que, en una democracia instalada en pleno siglo XXI, la polémica haya continuado al servicio de la exhumación y el traslado de los restos de Franco, mas cuando se van a cumplir 44 años de la muerte del dictador. Casi medio siglo, que se dice pronto.

"Es sorprendente", considera Ángel Viñas, reconocido historiador, estudioso de esa dictadura que nos era ajena y desconocida no muchos años atrás, que "todavía en un sector importante de la sociedad española sigan calando cánones y tesis del franquismo". Y sigue: "Es absolutamente sorprendente porque, a lo largo de los últimos 40 años, eliminada la censura, lo que los historiadores hemos descubierto y aprendido, que en el año 75-77 no se podía conocer porque los archivos estaban cerrados, no cala en la sociedad". ¿Qué ha sucedido a lo largo de estos 40 años para que, a pesar de haberse destapado parte de la época más oscura de este país, un sector de la sociedad siga honrando la memoria de Franco? "Que el sistema educativo no ha cumplido con su función; que los gobiernos de la democracia no han cumplido con su función, que es la de cicatrizar heridas". ¿Cómo cicatrizan esas heridas? "Con el conocimiento", insiste Viñas, que lamenta que "hayamos dejado pasar 40 años sin haber sido capaces de enfrentarnos a nuestro pasado".

Esa falta de compromiso, continúa el historiador, por parte de los sucesivos gobiernos a la hora de mostrar a la población los horrores de un pasado común, ha provocado que durante la democracia se haya educado a millones de españoles "que han pasado por las aulas, que se han convertido en ciudadanos, que ahora son votantes, pero que no tienen ni idea de lo que ha sido la II República, ni la Guerra Civil, ni el franquismo". ¿Fue esta censura a nuestra propia memoria una solución improvisada que se ha convertido en una bola incontrolable con el paso de los años? Viñas toma una expresión de un colega de profesión para recordar que "el pasado no pasa en las sociedades traumatizadas", y matiza: "España, se quiera o no, ha sido una sociedad traumatizada por la Guerra Civil y por la dictadura. Cada sociedad lidia como puede, como sabe y como quiere con su pasado, pero es curioso que, desde el punto de vista institucional y político en España, se haya querido olvidar en gran medida el pasado".

Precisamente, a colación de ese enfrentamiento político creado a consciencia entre el progreso y el pasado en España, Viñas recuerda que el nuestro "es un pasado traumático; no es un pasado de bondades, no es un pasado bonito. Y la forma de enfrentarte a un pasado dramático es estudiarlo, no meterlo bajo la alfombra". En contraposición, asegura que no conoce muchos países en los que se haya tratado la historia como se ha hecho aquí: "Hemos sido muy frívolos con el pasado". Con un pasado, además, traducido erróneamente al presente, pues "se ha distorsionado radicalmente".

¿Por qué ahora, 44 años después, y no 44 años antes? Viñas, que trabajó como asesor del Ministerio de Exteriores en los años 80, en tiempos de Felipe González, comprende que en términos de restauración de la memoria se procediera con cuidado en España frente a otros asuntos que, a su parecer, exigían más atención: "Cómo hacer la reconversión industrial, cómo preparar a la economía española para entrar en Europa, cómo lidiar con la OTAN, cómo consolidar un régimen de libertades". Apunta además a la imposibilidad de provocar una ruptura repentina con un sistema tan consolidado como el anterior: "¿Cómo iba a haberla? ¿Quién la iba a abanderar? Se olvida –refiriéndose al periodo de la Transición española– que el franquismo fue una dictadura de 40 años donde todo estaba atado, y bien atado; con un sector de la población bastante importante, si no mayoritario, que no había visto otra cosa, que había sido engañado miserablemente y educado en el canon franquista, y creía en él; con unas Fuerzas Armadas y de seguridad totalmente franquistas, hechas a su medida; con un rey que estaba completamente despistado. Lo importante era llegar a una situación democrática como fuera. Descartada la confrontación abierta con la dictadura, la única vía posible era la de la Transición". Para ejemplo, el del 23F, que "había tenido lugar, pero el caldo de cultivo no se había extinguido". Ahora bien, se pregunta Viñas a modo de conclusión a este respecto, pasado ese "periodo de normalización democrática, en el 50 aniversario de la Guerra Civil, ¿por qué el Gobierno fue tan débil?".

Una herencia que no se extingue

Han tenido que pasar 44 años para que los restos del dictador sean exhumados de un espacio en el que ni siquiera él pidió ser enterrado –no consta esta solicitud en su testamento, y fue decisión del Gobierno de Arias Navarro, en connivencia con el rey Juan Carlos, enterrarlo allí–. ¿Implica la salida de Franco del Valle de los Caídos el fin del legado franquista en España? Ya la complejidad que ha adquirido el proceso judicial para poder sacarlo de allí indica que no. Sin embargo, para Ángel Viñas la exhumación era "fundamental porque rompe con una tradición que se ha dejado consolidar". También lo es para el periodista y escritor Isaías Lafuente, otro de los grandes conocedores de los entresijos del franquismo, que cree que el acto en sí "ya resignifica el monumento. Deja de ser la tumba de un dictador que acabó con la democracia".

Pero ¿por qué es tan importante para la restauración de la memoria histórica común la exhumación de los restos de Franco y el uso futuro que se dé a Cuelgamuros? Cuestión de símbolos. Lafuente apunta al Valle de los Caídos como la ambición de "un dictador megalómano que, en una época en la que España se moría de hambre, invirtió ingentes cantidades de dinero para construir un monumento perfectamente prescindible". Y porque su propia concepción representa "una de las partes mas ensombrecidas de la represión". Esto es, profundiza el periodista, "la utilización de presos republicanos para su construcción, los esclavos de la patria, porque trabajaron allí en un régimen de semiesclavitud, donde cobraban una centésima parte de lo que habrían cobrado si hubiesen sido libres". Y por ser quienes eran: "Allí estaba la gente por haber defendido la democracia, por haber sido concejal, por haber sido maestro de escuela en la República, por haber pertenecido a un sindicato, por haber sido masón".

Lafuente va más allá, y plantea un "segundo paso de manera paralela" que dirime en otro traslado de restos: los de José Antonio Primo de Rivera, que tras la salida de Franco ocupa "el lugar preeminente" de Cuelgamuros, y de nuevo se impone"la cabeza visible de uno de los dos bandos". Si se acaba llevando a cabo también este proceso, considera el periodista, "nos quedaría un cementerio civil, una gran fosa, en parte común, porque hay muchos restos que no han sido identificados". ¿Y qué se hace entonces con esa gran fosa que se erigió como monumento a la cruzada y al que "intentaron limpiar la cara trasladando los restos mortales" de casi 34.000 personas fallecidas en la Guerra Civil, en muchos casos sin el consentimiento de familiares? Viñas acude a una cita del exprimer ministro japonés Yasuhiro Nakasone para abrir el debate: "En política, dar un paso al frente es adentrarse en terreno desconocido. En sociedades tan complejas como las actuales, las repercusiones de esos pasos son impredecibles".

Ambos, Lafuente y Viñas, coinciden en la necesidad de crear un comité de expertos, como ya hizo el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero en 2011, que valore las posibilidades que ofrece el Valle para su resignificación como templo de culto a la memoria colectiva. También ambos se muestran a favor de una primera fórmula a desarrollar: un museo de la memoria para lidiar "con las guerras y las violencias del pasado", según el historiador; para "explicar cómo con la memoria del franquismo hemos tenido algunas amnesias imperdonables", según el periodista. Y también en este caso, los dos se guían por el ejemplo del proyecto para la reparación de la memoria que se llevó a cabo en Alemania tras el holocausto nazi. "Si eso se ha conseguido con Auschwitz, que fue todavía mas difícil, creo que se puede conseguir con el Valle de los Caídos", plantea Lafuente.

En este sentido, Lafuente plantea "desacralizar la basílica, reconvertirla en un espacio civil y de memoria que gestione el Estado y la democracia". Por supuesto, sin la presencia de un prior que ha puesto todo tipo de obstáculos y se ha llegado a enfrentar a la justicia para impedir el proceso de exhumación, "ni con la orden de los benedictinos". Y con ello, contempla a su vez la conservación de todos los elementos reunidos en el Valle de los Caídos porque permitirán "recordar y contar a las generaciones futuras lo que fue la negra dictadura de Franco": entre ellos, la cruz de piedra, de 150 metros de altura y brazos de 24 metros cada uno, que simboliza "el matrimonio obsceno entre la iglesia católica y la dictadura". Incluso propone mantener la propia losa de la tumba de Franco: "Significa no solamente que un país en transición decidió enterrar allí al dictador, sino que representa también los 44 años que ha estado allí enterrado, y eso es una sombra para nuestra democracia". En definitiva, "todas esas piedras" –incluyendo referencias a la represión, a los presos que trabajaron para construir el Valle de los Caídos y a aquellos que acabaron enterrados allí–, "bien resignificadas, puedan explicar perfectamente lo que fue la dictadura".

Sobre la exhumación de los restos de las víctimas de la Guerra Civil también planea el futuro del Valle de los Caídos, especialmente si se pone atención a la "condición perversa" que, relata Lafuente, sirvió al franquismo para ese traslado masivo de cuerpos. "La exhumación consentida para ir al Valle la pagaba el Estado: se hacía cargo de todas las condiciones del traslado. Pero para aquellos que se negasen a trasladar los restos de sus familiares era muy difícil. Era la familia la que se tenía que encargar de la exhumación de los restos, de la identificación y del pago del traslado. Estamos hablando de la España de los años 50, donde todavía mucha gente se estaba muriendo de hambre, y desde luego no tenía la capacidad económica ni personal de ocuparse de eso". Esto provocó que actualmente haya tantos restos sin identificar, y que incluso numerosas familias no sepan que los restos de sus antepasados están enterrados allí. ¿Podrían ser exhumados esos cuerpos en el futuro? "Desde luego, cada familia es libre de decidir sobre los restos de sus familiares, pero quizá a muchas no les importase que los restos permanezcan allí, debidamente resignificado el monumento, no como parte del escenario de la tumba de un dictador que además ordenó asesinar a toda esa gente".

El dilema de Mingorrubio

Si uno de los asuntos primordiales de la memoria histórica ahondaba en la exhumación de Franco y el futuro de Cuelgamuros, el otro gran debate pone el foco ahora en la inhumación del dictador en Mingorrubio y el futuro mismo del cementerio como emplazamiento de la tumba del franquismo. ¿Se puede convertir en un nuevo templo para homenajear la dictadura? Lafuente cree que se deben tomar las medidas pertinentes para evitarlo: "El Estado tiene la posibilidad de impedir, respondiendo a la Ley de Memoria Histórica, que ese cementerio se convierta en un santuario de exaltación del franquismo".

La necesidad de evitar la conversión de Mingorrubio en un nuevo punto de encuentro de los mal llamados 'nostálgicos' pasa por el respeto al resto de personas que tienen allegados enterrados también allí. "Hay muchas personas que no tienen nada que ver con el régimen, y merecen que sus familiares los visiten con absoluta tranquilidad sin que vayan ahora a un nuevo cementerio franquista". Entre las dudas que arroja el nuevo destino de los restos de Franco también asoma su situación como espacio público: el cementerio es propiedad del Ayuntamiento de Madrid, pero la tumba es propiedad del Estado desde el pasado mes de abril. Hasta entonces, el propietario de la tumba era Patrimonio Nacional. Lafuente no cree que "vaya a haber otro movimiento para trasladar a Franco a otro cementerio", aunque sí baraja la posibilidad de que que "esa tumba, en un momento determinado, deje de ser de Patrimonio Nacional y que la familia (Franco) se pueda hacer cargo de ella, o se la pueda comprar al Estado". ¿Ayuda este proceso histórico a combatir la herencia franquista adquirida que sigue haciendo mella en la sociedad? Ángel Viñas responde: "Dentro de 30 años es posible que las pasiones de hoy se hayan amortiguado, pero el pasado no pasa".

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