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Chuc, el ángel de la guarda de los de suicidas del río Saigón: "Es duro, pero cuando consigo salvar la vida de una persona siento una alegría inmensa"

El vietnamita Nguyen Van Chuc, de 61 años, lleva cuatro décadas salvando a los suicidas que se tiran al río desde el puente frente al que vive en Ho Chi Minh, antigua Saigón, o recogiendo sus cuerpos inertes cuando llega demasiado tarde.

"Vengo de una familia de pescadores y mi padre ya lo hacía. Cuando tenía cinco años fui con él por primera vez y me dijo que debería hacerlo de mayor. Es duro, pero cuando consigo salvar la vida de una persona siento una alegría inmensa, dice en su casa junto al río Saigón. Chuc vive con su esposa, Nguyen Thi Hinh, y la menor de sus cuatro hijas en un chamizo de dos paredes y tejado de uralita junto al precario embarcadero donde por las noches atraca su barca. Antes se dedicaba a la pesca, pero tuvo que abandonarlo por la contaminación del agua, y ahora pasa el día navegando en busca de cualquier trabajo para el día: cargar arena, reparar motores de barcos o transportar alguna mercancía.

"Vivimos entre dos puentes de donde se tira mucha gente. La semana pasada rescaté a dos jóvenes: un chico y una chica. A veces los vemos nosotros mismos y otras veces nos avisan y salgo con mi barca y una cuerda a rescatarlos", dice. Cuenta que si llegan a ver caer el cuerpo o recibe el aviso de los vecinos al momento salva a nueve de cada diez suicidas, a no ser que se le gripe el motor de su lancha.

"La mayoría de los que se tiran no saben nadar. Primero se hunden unos tres metros y después vuelven a la superficie e intentan mantenerse a flote. Si están arriba los rescato desde la barca y si están hundidos me ato la cuerda a la cintura y bajo a por ellos", relata. Cuando quedan inconscientes, él mismo practica maniobras de reanimación antes de llamar a la Policía y a la ambulancia y se identifica como familiar en el hospital antes de localizar a los verdaderos. Su experiencia corrobora los datos de aumento de suicidios en los últimos años: según un estudio del Instituto Vietnamita de Salud Mental, entre 36.000 y 40.000 personas se quitan la vida cada año en el país y a más del 30 % de los mayores de 45 años se les pasa por la cabeza, debido sobre todo a depresiones.

"Cuando empecé rescataba sobre todo a gente que se caía por accidentes. Ahora hay más intentos de suicidio. Calculo que se tiran unos 20 o 30 cada año en estos puentes. A veces salvo a dos en el mismo día o paso varias semanas sin ningún caso", declara. Además de la depresión y los males de amores adolescentes, las apuestas deportivas son uno de los motivos más habituales: "Cuando hay Mundial de fútbol o un torneo importante hay más casos que de costumbre. Su esposa Hinh ejerce de psicóloga cuando ya han sido rescatados e intenta convencerles de que vuelvan a apreciar el valor de la vida.

"Todos nos dan las gracias. Hace poco volvió a visitarnos una mujer a la que salvamos hace siete años y sigue estando muy agradecida. Otro hombre al que rescatamos nos pagó un vuelo para visitarle en Hanoi", rememora Hinh. A ambos les gusta evocar los casos con final feliz y pasan de puntillas sobre aquellas veces en las que llegaron demasiado tarde. "La última vez fue hace tres años", dice Chuc, ya sin la sonrisa que le acompaña durante el resto de la conversación. "Siempre que ocurre –prosigue- me siento muy mal, pienso en por qué no llegué a tiempo, en qué hice mal para que no vuelva a ocurrir".

En esos casos, saca a flote el cadáver pestilente e hinchado por el agua y lo lleva a la orilla para asegurarse de que recibe sepultura y sus familiares lo pueden velar. "Siempre es duro, pero el peor caso fue cuando vi el cuerpo de una mujer y al sacarlo del agua descubrí que llevaba atado el cadáver de una niña de cinco años". "No lloré cuando murió mi padre, pero sí al ver aquello", confiesa.

Pese a su edad (61 y 59 años) y los achaques que empiezan a aparecer, Chuc y Hinh siguen con esta labor desinteresada, de la que no reciben más que donaciones ocasionales de los rescatados y dos certificados al mérito que Chuc exhibe con orgullo junto a las numerosas imágenes católicas que decoran su barcaza. "Antes vivíamos siempre en el barco y desde hace unos años estamos en esta casa junto al río. El Gobierno no nos paga por hacer esto –dice Chuc- solo esperamos que no nos desahucie por no tener los permisos de residencia".

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