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DEL ANTIGUO EGIPTO
Ya en el siglo XIX, también se realizaban ceremonias de desenvolvimiento, donde un cirujano abría las capas y el resto comía, bebía y contemplaba el espectáculo.
Las momias, o "personas momificadas" si habla el Museo Británico, fueron personas que, cuando murieron, sus cuerpos pasaron por un proceso de conservación mediante productos químicos y vendas. Sin embargo, estos restos mortales no han sido siempre venerados como en la actualidad, ya que hace diez siglos se comían como si fueran un medicamento.
En el siglo XI, una serie de errores de traducción llevaron a los sabios europeos a entender que ingerir restos de momias era beneficioso para la salud. La creencia residía en que los restos humanos molidos y teñidos podían curar desde la peste bubónica hasta un dolor de cabeza.
Como se podría imaginar, consumir una momia de hacía casi 6.000 años no era lo más higiénico ni tampoco sabía estupendamente, como señala el profesor de la Universidad del Sur de Queensland Marcus Harmes en 'The Conversation'.
Sin embargo, a pesar de su horrible sabor, de su procedencia y de que era una forma de canibalismo, esta sustancia se consumió durante siglos por ricos y pobres. Los restos de las momias eran traídos desde Egipto hasta Europa, aunque después también hubo "momias falsas" que en realidad eran de cadáveres más recientes.
Durante los siguientes cinco siglos, las momias fueron recetadas como un medicamento para todo tipo de enfermedades. Además, para la élite real y social comerlas era un ritual en el que, según ellos, consumían restos de faraones; por lo que la realeza se comía a la realeza.
Más tarde, ya en el siglo XIX, se dejaron de consumir momias, pero no por eso se dejaron de utilizar. En cambio, se celebraban ceremonias de desenvolvimiento en el que una persona iba abriendo las distintas vendas de una momia, hasta llegar a la carne.
Estas ceremonias se realizaban mientras los asistentes comían y bebían alrededor del cirujano. La primera vez que se realizó un desenvolvimiento de momia fue en 1834, a cargo del cirujano inglés Thomas Pettigrew. Como señala el profesor Harmes, a principios del siglo XX ya se terminó con esta macabra tradición.