América Norte
Una aventura en toda regla quizá debido a la peculiar forma de visitarlos. A través de un paisaje dominado por la maleza y tras recorrer varios kilómetros en “trucks”, rudimentarios carros tirados por caballos, nos topamos con el curioso fenómeno geológico de los cenotes. Es aconsejable ir acompañados de un guía pero una vez localizados podemos explorarlos, darnos un chapuzón e incluso bucear en algunos para observar su fauna marina. Profundos pozos milenarios, una especie de ríos subterráneos de agua que se han formado en el interior de algunas grutas y que constituyen la principal fuente de agua dulce de la zona. Una zona semiseca con escasos ríos o lagos en la superficie que sin embargo está llena de estos espectaculares depósitos de agua, unas cavernas que se inundaron durante la ultima glaciación y en las que se pueden observar sus formaciones calcáreas, las bóvedas pobladas de estalactitas y las raíces de los árboles que las atraviesan y se adentran en sus aguas. Chelentún, Chak-Zinik-Che y Bolom-Chol son los más famosos pero existe una gran variedad: los de aguas permanentes, otros que están abiertos al exterior, algunos solamente existen en la época de lluvias, los hay de aguas cristalinas que invitan a nadar y los de difícil y peligroso acceso reservados exclusivamente a la fauna, en concreto los murciélagos. Los cenotes o ts’onot como los llamaron los antiguos mayas, jugaron un papel importante en el desarrollo de esta civilización ya que los asentamientos de población se realizaron alrededor de estos “hoyos o agujeros en el suelo”. Para ellos eran lugares sagrados que conectaban con el inframundo y en algunos se han encontrado vestigios de joyas, restos de cerámica y utensilios utilizados en ofrendas religiosas. Espacios que animan a sumergirnos en ellos, llenos de misterio y silencio interrumpidos en muchos caos únicamente por el movimiento de nuestros cuerpos al deslizarse en sus transparentes aguas.