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LA INCREÍBLE RECUPERACIÓN DE UN NIÑO DE 12 AÑOS
Esta es la historia de un padre coraje y los convencionalismos del sistema sanitario. La historia de una rehabilitación sin precedentes. Un caso que ha conmocionado a la opinión pública y científica.
Es 6 de mayo de 2012. Madrid despierta del baño de luna más esperado y fotografiado del último año. Un dia cualquiera para una ciudad sin pausa. En un pequeño barrio, en un salón cualquiera de una familia corriente, un crío de 12 años juega con su hermana entregándose a la rutina de un domingo de primavera.
Luis lleva una pequeña navajita de recuerdo que anda por casa. En un movimiento involuntario la navaja se clava en el pecho del niño que instintivamente se la extrae y la esconde entre los cojines del sofá temiendo el rapapolvo de su madre. La herida no sangra pero el susto es tremendo. Luis se marcha hacia su cuarto y al llegar a la cocina se desploma delante de su madre. La navaja había perforado el corazón y éste estaba a punto de pararse.
Así comienza la tremenda historia de un accidente y sus secuelas.
Efectivamente, el corazón de Luis se paró, pinchado y lastrado por la interferencia metálica dejó de bombear sangre entre los gritos de “¡Se nos va! ¡se nos va!” de los servicios sanitarios que llegaron tras unos 15 interminables minutos. Tras ellos una policía científica desconfiada, como cuenta su padre, por la sospechosa puntería de la maldita navaja en este doloroso y extraño accidente. El niño entró ya ‘muerto’ en la ambulancia que le llevaría al Hospital La Paz de la capital. En el trayecto, y gracias a las maniobras convencionales de resurrección, consiguieron reanimar al pequeño. Pero había pasado demasiado tiempo ‘muerto’.
Fueron 20 minutos eternos sin riego cerebral. 20 minutos sin Luis. Un mundo para las esperanzadas de la familia. Luis estaba destinado a convertirse en un vegetal el resto de su vida.
¿Cuánto tarda un cerebro en empezar a morir sin aporte de oxígeno? El cerebro con solo el 5% del peso corporal consume hasta un 20% de oxígeno que procesa el cuerpo. Sus células son extremadamente sensibles a la hipoxia y brutalmente suicidas con la anoxia (ausencia total de oxígeno). En menos de cinco minutos tras interrumpirse el suministro comienzan a morir en cascada, destrozando la funcionalidad neuronal progresivamente hasta la muerte cerebral completa. Pero también son células con una capacidad de recuperación mayor. Estudios de neurocirujanos no hablan de muerte, sino de un estado de ‘receso’.
Pero la realidad estadística es que la mayoría de los pacientes que son reanimados tras una muerte cerebral por anoxia o hipoxia suelen morir en el primer año. Solo conservan funciones básicas como respiración, metabolismo, digestión, ciclo sueño-vigilia o maniobras tan triviales como abrir los ojos, pero no responden ante ningún estímulo exterior. Hay un término médico brutal para definir este estado temporal añadido: la sobrevida.
Pero Luis, dos años después, no ha tenido una sobrevida, sino una vida completa y casi normal a pesar de esos 20 minutos de parada cardiorrespiratoria. Tras el diagnóstico de los médicos, el disgusto de la familia y el análisis frustrante de las expectativas, entró en escena el verdadero protagonista de esta increíble historia.
Su padre.
José Manuel Gil Antón es ingeniero de Telecomunicaciones. Por lo tanto, un cerebro entregado al conocimiento y a la causa científica. Su hobby, y probablemente la salvación de su hijo, fue su pasión por los libros de neurociencia. No hay brujería, ni pseudociencia en lo que algunos se han apresurado en calificar como milagro. La recuperación de Luis se debe a unas terribles —también muy criticadas— sesiones de rehabilitación de más de 12 horas (frente a la hora y media semanal estipulada por los médicos) y a la entrega brutal de su progenitor por el cumplimiento a rajatabla de lo que él llamó el "método de los tres ejes": ejercicio vigoréxico, estimulación neurológica y suplemento vitamínico.
Durante los interminables días de Luis estuvo en la UCI de La Paz, Jose Manuel empezó a maquinar y poner en práctica las estrategias de estimulación cerebral para "atacar el cerebro de mi hijo por todos los flancos posibles". Sus ‘perrerías’ fueron muy criticadas por entorno y familiares pero despertaron y crearon las primeras nuevas conexiones sinápticas en el maltrecho cerebro de Luis.
Aplicar hielo y aire comprimido helado, pellizcarle el pecho, tiras de diodos luminosos en los ojos, música en los oídos, un xilófono, unos bongos, el saxofón…No podía gritarle en la UCI, así que se llevó un amplificador, micrófono y cascos para practicar la sobreexcitación contínua ante la estupefacción de las enfermeras. José Manuel convirtió la UCI en su primer gran campo de batalla y le llamaron la atención varias veces ¿Loco o genio?
La rutina musical diaria incluía el repertorio favorito de Luis, un chico muy aficionado a la música que solía tocar el saxo con su padre antes del accidente. Todo ello acompañado de la voz del progenitor a los coros esperando alguna reacción de la parte musical y emocional de la memoria. Música como medicina, coraje como jeringuilla.
Y al decimotercer día despertó. Un pequeño movimiento rítmico de dedos de la mano derecha acompañado de una mirada perdida pero vidriosa durante las interminables sesiones de Mancini, Sinatra o Amstrong, como aquél viejo guión de Hollywood. De hecho, la historia de Luis ya está en la cartera de un productor norteamericano. Todo daba la razón al padre. La música era el punto de partida de este fantástico 'Viaje de Luis' que estaba a punto de empezar. El grito de guerra había pasado del "¡Se nos va!" al "¡Vamos Luis!".
Aunque lo más duro para él estaba aún por llegar. Intensísimas jornadas de ejercicios físicos y rehabilitación que le dejaban exhausto y dolorido.
La estrategia reeducativa de su padre pasaba por volver a trazar todos los caminos neuronales perdidos en el mismo orden que los trazó el niño en su día. Desde coger el tenedor y atarse los cordones de los zapatos hasta volver a las clases de chino y Hockey. Hoy el chico reconoce que en los peores momentos oía la música, los coros y órdenes de su padre atrapado por la frustración de su inmovilidad.
Hay una escena que cuenta José Manuel en el libro que resume y explica muy bien por qué la historia de 'Luisillo' tiene un final feliz pero un desarrollo dramático en sus primeros días. El padre, agarrando al hijo que no se sostiene de pie para pasear alrededor de la cama, como cada día, mientras el hijo se intenta agachar instintivamente para descansar y zafarse de su maldito ‘entrenador personal’. Hasta que brotó el primer lloro, atajando emocionalmente en la reeducación de sus sentimientos y ganando tiempo al destino. La increíble plasticidad del cerebro de un niño hicieron el resto.
Hoy Luis saca mejores notas que antes del accidente, hace submarinismo y vuelve a tocar el saxo con su idolatrado padre. Ha sido un año y pico de durísimo trabajo (y sigue). Jose Manuel, mientras, comparte su experiencia desde la prudencia y el esfuerzo con otros padres menos formados y en la misma desventura que vivió él por culpa de aquellos 20 minutos sin Luis.