América Sur
Como toda buena historia que se precie, y Chile tiene muchas, conviene empezar por el principio, en este caso el norte y su fascinante desierto de Atacama, al que llegaremos tras una pequeña parada en la ciudad costera de Arica, donde la primavera parece no querer irse nunca. Esta zona desértica cubre una extensión de unos 105.000 kilómetros cuadrados y se la considera una de las más secas del mundo. En su Altiplano, una extensa planicie en la que se desarrollaron diversas civilizaciones andinas, nos encontramos el entrañable pueblo indígena de San Pedro de Atacama, un respiro en medio del árido desierto caracterizado por su ecléctico entorno, su singular arquitectura y un divertido ambiente entre mochilero y aventurero. El Altiplano andino cuenta además con otras maravillas dignas de visitar, como el Parque Nacional Lauca –Reserva Mundial de la Biosfera-, en el que se ubica el Lago Chungará, uno de los más altos del mundo, situado entre volcanes. Continuamos nuestro recorrido por tierras chilenas hasta llegar a La Serena, en la región de Coquimbo, una ciudad costera de arquitectura colonial que nos invita a mirar al cielo para descubrir tesoros astronómicos difíciles de observar desde otras partes del mundo. En sus cercanías, se topa el Valle del Elqui, una tierra fértil donde podremos degustar el Pisco, el aguardiente de uvas propio del país. Más al sur, siguiendo la costa chilena –que alcanza una longitud de más de 6.400 kilómetros-, alcanzamos Valparaíso, el principal puerto del país, una singular y concurrida ciudad caracterizada por sus famosos cerros o colinas, que rodean a la urbe como si de un anfiteatro que mira al mar se tratase. Actualmente existen unos 42 cerros distintos en Valparaíso, considera Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, una localidad costera en la que se encuentra la mayor concentración de plazas del país, hasta ocho en línea. Aquí se cobijaba Neruda, en La Sebastiana, su casa asomada a la bahía en el cerro de Bellavista, para dar forma a sus poemas, como aquel Oda a Valparaíso que empezaba así: qué disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerras, desgreñada, no acabas de peinarte (…). Santiago de Chile nos recibe con los brazos abiertos. La capital ha conseguido modernizarse, manteniendo su característica serenidad y herencia colonial, de la que –a causa de los terremotos- se conservan la Casa Colorada y el Museo Colonias de San Francisco. Otro de los enclaves a visitar de la ciudad son los cerros de San Cristóbal, al que puede accederse en teleférico, y Santa Lucía, desde los cuales divisar unas bonitas vistas de Santiago. No se vayan de la capital sin recorrer los barrios de Bella Vista, Lastarria, París-Londres y el reconstruido Palacio de la Moneda. A unos 842 kilómetros de Santiago se levanta Valdivia, situada a escasos quince kilómetros del mar. La ciudad, bañada por varios ríos navegables, cuenta con una diversa flora conocida como bosque valdiviano. La metrópoli, fundada por los españoles allá por el 1552, es hoy una urbe universitaria con mucho ambiente. Desde ella nos desplazamos a Chiloé, un archipiélago formado por cerca de treinta islas de las cuales únicamente cinco están sin habitar. Este sureño conjunto insular es famoso por sus palafitos –coloridas casas construidas en pilares sobre el agua-, sus cerca de 80 iglesias de los siglos XVIII y XIX (algunas de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad) y su bello entorno natural. Cerca ya del final de esta travesía por tierras chilenas, hacemos una obligada parada en Tierra del Fuego, la Patagonia del sur, un lugar apartado del caótico mundo en el que disfrutar de la naturaleza virgen, recorrer alguna de sus múltiples rutas plagadas de horizontes que parecen no tener fin y embobarse mirando la pureza de las aguas del Lago Pehoé, situado en el Parque Torres del Paine, la Octava Maravilla del Mundo. Aquí termina nuestro recorrido por una de las ciudades sudamericanas con mayor potencial a nivel internacional: Chile.