EXTREMADURA
El Valle del Jerte es una de las zonas más conocidas de nuestro país, por su belleza y por su enorme producción de cerezas. ¡Esta es la curiosa leyenda que esconde!
El Valle del Jerte es uno de los rincones más especiales que podemos encontrar en nuestro país. Es especialmente bello en primavera, cuando luce un precioso manto blanco de flores de cerezo. Meses más tarde, ese blanco pasará a ser un profundo rojo y, de entre sus ramas, saldrá esa Picota del Jerte que se ha convertido en toda una delicia.
La historia nos dice que el cultivo del cerezo empezó a generalizarse, en esta zona, a partir del siglo XVIII. ¿El motivo? Pura supervivencia, puesto que el árbol autóctono era nada más y nada menos que el castaño. Lo que nadie esperaba es que fuera a haber una plaga que acabase con todos ellos.
Hecho que produjo que el cerezo fuera ganando relevancia y, por tanto, también cierta consolidación. Lo cierto es que, poco a poco y con el paso del tiempo, esta zona se ha convertido en una de las principales en cuanto a producción de cereza en nuestro país. No solamente es importante en este sentido, sino también en el paisajístico. ¡Es un destino perfecto para los verdaderos amantes de la naturaleza!
A pesar de todo, este paisaje tan idílico y de cuento no podía traer consigo solamente esta historia tan común Y es que pocos son los que saben que también existe una leyenda de lo más romántica que tiene una estrecha relación, precisamente, con esta repentina llegada del cerezo.
Popularmente se ha hablado de un zar ruso e, incluso, de un jeque árabe. Pero todos están de acuerdo en que se trataba de un hombre que estaba profundamente enamorado de una mujer del norte de Europa. Lugar donde, normalmente, la nieve se convertía en protagonista de los inviernos.
Estos dos amantes toman la decisión de vivir en la zona del Valle. A pesar de sus preciosos montes y sus significativos ríos, lo cierto es que el verde era el color que predominaba y no el blanco. La mujer, aunque estaba profundamente enamorada de su marido, sentía cierto pesar y melancolía por los nevados paisajes que había en su tierra.
A tal punto llegaba la cosa que sus ojos empezaban a caracterizarse por transmitir una profunda tristeza. Por ese mismo motivo su marido, un día cualquiera, decidió hacerla feliz. Es más le prometió que, si era necesario, le traería la misma nieve al Jerte. Y, aunque no sea ese fenómeno meteorológico, lo cierto es que ese manto blanco que producen los cerezos en flor puede ser tan mágico que nada tendría que envidiar a la nieve.
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