MÁS RENDIMIENTO Y MENOR CONSUMO
La mecánica de nuestros coches merece ser cuidada, especialmente si pretendemos que dure muchos años. En ocasiones, sin embargo, el deterioro es tan progresivo que no nos damos cuenta de que algo no va bien
En las últimas décadas nuestros coches han evolucionado exponencialmente. De pasar a ser simples máquinas de metal impulsadas por un motor térmico de mayor o menor eficiencia (no mucha, generalmente) a convertirse en auténticas extensiones tanto de nuestro hogar como de nuestra oficina, máquinas conectadas con el mundo exterior, con un nivel de eficiencia y rendimiento que era imposible de imaginar hace apenas unos años.
Sin embargo, en el fondo siguen siendo máquinas, máquinas impulsadas (en su inmensa mayoría) por motores de combustión que, de manera periódica, necesitan ser mantenidas para que su rendimiento no se vea mermado. En ocasiones, los motores (especialmente aquellos que utilizan gasóleo en su funcionamiento) comienzan a fallar, a perder potencia y a aumentar su consumo y sus conductores no saben encontrarle una explicación. Simplemente creen que son cosas de la edad y que al ser motores con muchos kilómetros o muchos años encima, están fallando por puro e inevitable desgaste.
Esto no es así: es evidente que no existen motores eternos, pero en la mayoría de ocasiones es posible, llevando a cabo las operaciones mecánicas adecuadas, recuperar todo el rendimiento y agrado de conducción perdido. Muchos conductores sienten así que vuelven a estrenar coche, pero... ¿de qué estamos hablando?
En el caso de los motores diésel, al utilizarlos de manera recurrente a bajas revoluciones y baja velocidad comienza a producirse carbonilla (residuos de aire, combustible y aceite que no se han quemado correctamente) que taponan progresivamente los diferentes conductos internos del motor, haciendo que, en definitiva, éste respire peor y por tanto no sea capaz de rendir al 100%. Los síntomas son variados, pero fácilmente identificables: aumento del consumo de combustible, aspereza en el funcionamiento, respuesta pobre al acelerador... en definitiva, un tacto de conducción desagradable.
Aunque no te lo creas, la inmensa mayoría de casos tiene solución, y es relativamente sencilla: desmontaje y limpieza. Sí, desmontaje y limpieza, tan simple como eso. El desmontaje de elementos relacionados con la entrada de aire al motor (colector de admisión, válvula EGR...) nos desvelará la cantidad de carbonilla acumulada y, por tanto, la necesidad o no de una limpieza. En caso de que sea necesario, lo más aconsejable es dejar que sean los profesionales los que lleven a cabo esta tarea, ya que cuentan con herramientas mucho más efectivas como, por ejemplo, los sistemas de limpieza por ultrasonidos.
El resultado será espectacular, te lo garantizamos: el motor, al recuperar toda su capacidad de funcionamiento, recuperará también toda la potencia que tenía originalmente, reduciendo su consumo y mostrando un funcionamiento mucho más suave. Si no quieres que este fenómeno se vuelva a producir, aquí van una serie de consejos que te ayudarán: